
El cine de Yorgos Lanthimos nunca ha sido amable. Quien acude a sus películas esperando un relato complaciente se encuentra, casi siempre, con una bofetada en forma de parábola retorcida, personajes límite y un humor tan negro que roza lo cruel. Bugonia, presentada en el Festival de Venecia, no es la excepción. De hecho, es quizás la obra donde más claramente el griego se asoma a uno de los grandes fenómenos de nuestro tiempo: la proliferación de las conspiraciones y la desconfianza estructural hacia cualquier discurso oficial.
El protagonista, interpretado por Jesse Plemons, encarna ese perfil tan reconocible de quien ha decidido «salirse del rebaño», convencido de haber descubierto las claves ocultas del poder. No lee prensa convencional, sospecha de cualquier institución y se refugia en un supuesto saber alternativo que justifica su visión paranoica del mundo. ¿Les suena? En realidad, Lanthimos no hace más que poner un espejo frente a esa sociedad hiperconectada en la que los algoritmos alimentan certezas inamovibles, y donde el diálogo se ha vuelto casi imposible.
En paralelo, Emma Stone interpreta a la ejecutiva que cae víctima de este universo febril. Su personaje no es, ni mucho menos, inocente: representa a la empresa moderna que predica diversidad y libertad laboral mientras impone horarios imposibles y mantiene intactas las jerarquías de siempre. Entre ambos personajes se produce un duelo que trasciende lo narrativo: es el choque entre dos formas de entender (o distorsionar) la realidad. Lanthimos convierte ese enfrentamiento en una especie de laboratorio social donde la tensión dramática va de la mano de la sátira más ácida.
Lo interesante de Bugonia es que no necesita caer en la provocación gratuita, un defecto que a veces ha empañado el cine de Lanthimos. Aquí la puesta en escena, la música chirriante y la ironía funcionan al servicio de un guion que mantiene el pulso entre el thriller y la fábula política. Que se trate, además, de un remake de Save the Green Planet! (2003) no resta mérito; al contrario, confirma la capacidad del griego para reescribir y actualizar una historia coreana con resonancias universales.
Más allá del propio filme, la conversación en Venecia giró inevitablemente hacia la figura de Stone, que se ha consolidado como musa de Lanthimos en su cuarta colaboración. Su decisión de raparse la cabeza —tratada con la naturalidad con la que otros directores convierten un gesto en espectáculo—, su magnetismo en la alfombra roja y su reflexión sobre la fama evidencian que la actriz estadounidense transita un momento de madurez profesional donde parece disfrutar tanto del juego mediático como de la experimentación artística.
El contraste no pudo ser mayor con la presencia de George Clooney, que sigue ejerciendo de mito hollywoodense clásico, y con Werner Herzog, homenajeado con el León de Oro por una trayectoria que, a sus 82 años, todavía produce obras capaces de sorprender, como su documental Ghost Elephants. La Mostra, en ese sentido, volvió a mostrar su eclecticismo: del cine de autor más arriesgado a la mística de la exploración herzoguiana, pasando por apuestas más discretas como Orphan de László Nemes.
Lo cierto es que Bugonia no solo propone un entretenimiento inquietante. Es también un comentario sobre la deriva cultural y política de nuestras sociedades, donde lo real y lo ficticio se confunden con facilidad, y donde la sospecha permanente se ha convertido en un modo de vida. Lanthimos no ofrece respuestas —ni pretende hacerlo—, pero sí plantea una pregunta incómoda: ¿y si el verdadero absurdo no fueran los alienígenas, sino nosotros mismos?
Al salir de la sala, uno tiene la sensación de haber asistido a una obra que dialoga con nuestro presente de manera directa, casi visceral. Y quizás ahí radique la mayor virtud de Bugonia: recordarnos que el cine puede ser todavía un campo de batalla intelectual, un espacio donde lo fantástico sirve para desnudar lo cotidiano y donde la ironía ayuda a soportar la certeza de que, en muchos sentidos, seguimos siendo —como sugiere la propia película— los seres más idiotas del universo. @mundiario