
Darren Aronofsky, que en los últimos años nos había sumergido en el dolor con La ballena (The Whale, 2022), en la demencia alegórica de ¡Madre! (Mother!, 2017) y en la solemnidad épica de Noé (Noah, 2014), regresa con una película que se siente como una descarga eléctrica. Atrapado robando (Caught Stealing, 2025) es una grata sorpresa: ligera, pop, entretenida, cargada de humor y violencia, y por momentos más cercana al delirio criminal de los hermanos Coen o a las primeras locuras de Guy Ritchie que al universo solemne que había marcado al propio Aronofsky.
La historia, basada en la novela de Charlie Huston —quien además firma el guion—, nos transporta a la Nueva York de 1998, cuando la inteligencia artificial aún pertenecía a la ciencia ficción y los contestadores automáticos marcaban el pulso cotidiano. Allí, un ex beisbolista que dejó de soñar, Hank (Austin Butler), se ve envuelto en una pesadilla criminal tras aceptar, casi por descuido, cuidar al gato de un vecino. Lo que parecía un favor inocente se convierte en un torbellino de persecuciones, mafias rusas, judíos asesinos, policías corruptos y un desfile de personajes que parecen salidos de una comedia negra. Ese gato, que aparece y reaparece como catalizador, es casi una figura mítica, absurda y adorable a la vez. Un personaje irresistible.
Butler brilla con magnetismo puro. Su Hank carga cicatrices que son metáforas: la rodilla lastimada que representa la gloria deportiva truncada y otra marca que emerge a medida que su vecino lo arrastra hacia secretos más oscuros. El actor confirma el estatus de estrella tras Elvis (2022), y demuestra ser capaz de ponerse una película al hombro a través de un carisma poco frecuente en el star system actual. A su lado, Zoë Kravitz deslumbra con su sensualidad habitual como Yvonne, una paramédica que funciona tanto de aliada como de ancla emocional, mientras que Bad Bunny sorprende otra vez en el año —ya lo había hecho en Happy Gilmore 2 (2025)— con una actuación sólida que prueba que puede ir más allá de la música y construir un personaje fuera de su zona de confort.
El dúo de judíos asesinos, liderado por Liev Schreiber, aporta dinamismo, humor cruel y momentos de pura tensión, mientras que Matt Smith deja atrás los dragones de La casa del dragón (House of the Dragon, 2022- ) para estar irreconocible en un rol caricaturesco que le permite desplegar energía y comicidad. Esa galería de intérpretes sólidos es fundamental para el caos que Aronofsky propone con un ritmo furioso y diálogos precisos.
La película respira un aire de comedia negra que revitaliza la filmografía del director, con momentos que evocan la violencia absurda de los Coen y el frenetismo de Guy Ritchie. Entre chistes sangrientos, balazos, muertes repentinas y persecuciones, Atrapado robando vibra como un espectáculo aventurero de comedia negra, pensado para disfrutarse en la gran pantalla. Sin embargo, en medio de tanta ligereza, Aronofsky no se olvida de sus obsesiones: el dolor físico como metáfora del alma, la religión y la fe como pesos inevitables, y la idea de que el destino nunca deja de marcar a sus personajes. Es el único aspecto en que la película se vuelve más predecible: como en todas sus obras, vuelve a resignificar las heridas del pasado para explicar el presente.
Huston traslada con eficacia su propia novela en un guion lleno de giros que mantienen la tensión sin descuidar el humor. Entre los detalles más curiosos, destaca una participación sorpresa de una actriz que interpreta a la madre del personaje de Butler, revelada en un tramo final que añade ternura y juega con el espectador. Su presencia, sugerida a través de los mensajes en la contestadora, es clave para la trama y recuerda que en el cine de Aronofsky los vínculos familiares laten bajo la superficie. Y, casi como un guiño secreto, hay un homenaje post mortem a David Lynch y Twin Peaks (1990-1991, 2017) que los entendidos sabrán descifrar.
Atrapado robando se establece, así, como la película más accesible de Aronofsky. Es una grata sorpresa dentro de la obra de un realizador que parecía condenado a la solemnidad y a la división del público, pero que demuestra que también puede divertirse sin perder del todo su identidad.