
martes 26 de agosto de 2025
Los incrédulos (2024) es una película difícil de clasificar: una road movie documental con ecos de ciencia ficción, comedia y tradiciones esotéricas. Filmada durante una década en Capilla del Monte y San Marcos Sierras, sigue a Néstor (o Santiago), un curandero que se presenta como profeta y arrastra una gigantesca bola verde traslúcida —el llamado diamante de la sanación— que asume como misión personal. Damián Coluccio y Máximo Ciambella lo acompañan en su recorrido, registrando tanto sus tareas y aventuras como el modo en que estas prácticas se vinculan con creencias, símbolos y la necesidad de encontrar sentido en figuras capaces de liderar la vida de otros.
El relato se sostiene en la incertidumbre y avanza bajo la guía de una voz en off de acento indescifrable, que introduce al espectador en un espacio donde lo místico y lo cotidiano se confunden. Desde allí, la narración toma la forma de un diario en tercera persona, donde realizadores y profeta atraviesan episodios que desdibujan los límites entre lo real y lo imaginario, mientras todo se sostiene en una tensión constante: la ficción que se disfraza de realidad y el documental que se impregna de artificio. Nada se asienta en un único territorio, y es en esa ambigüedad donde el relato encuentra su fuerza..
Más allá de la anécdota, Los incrédulos puede leerse como una reflexión sobre el cine independiente argentino. La esfera funciona a la vez como símbolo del mito y como metáfora del propio proceso creativo: arrastrar durante años un proyecto sin certezas de llegada, confiando en que filmar es, en sí mismo, una manera de persistir.
En esa obstinación, la película expone que el cine es también un acto de resistencia frente al descreimiento. No se trata sólo de seguir a un profeta improbable, sino de reconocer que cada imagen, arrastrada con esfuerzo a lo largo del tiempo, encarna la paradoja de un arte condenado a repetir su impulso y, aun así, hallar en esa repetición la posibilidad de reinventarse.