“A los toros se va a gozar sufriendo”, experimentó y dejó dicho García Lorca. Claro que el poeta se refería al enrazado toro de la preguerra civil española, cuya fiereza, si no se sabía dominar, podía matar al torero o éste salir gravemente herido. En 1934, por decir, el mundo era otro, igual de idiota pero más cabal en su ceguera. Así, mientras Hitler y Mussolini se encontraban en Venecia y no precisamente para platicar de la basílica de San Marcos, en otro rincón del globo emigrantes italianos componían música decepcionada y lúcida.
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