
La función todavía no empezó, pero en la sala ya hay ojos que brillan. Una chica guarda el celular en el bolsillo de su campera de egresada, como si supiera que algo importante está por pasar. Un chico bosteza, sonríe, se acomoda. Una docente murmura que el corto de su grupo trata un tema que no imagina que le interese a nadie. Dos maestras, llegadas desde un pueblo vecino, se asombran: dicen que tal vez sí, la próxima vez podrían animarse a producir cine además de venir a ver, como si probarlo fuera una travesura.
En el aire hay algo más que la climatización de este frío invierno. No es suspenso ni nervios: es ganas de estar ahí, de formar parte, de descubrir qué pasa con este evento del que tanto se habla en las radios locales, los portales, las redes. De habitar un espacio que no figura en el horario escolar ni cabe en los márgenes de un cuaderno. Algo más parecido a una fiesta que a una clase. Y, sin embargo, se aprende.
Cada año, durante el Festival Nacional de Cine de General Pico, muchas escuelas cambian de aula por un rato y se sientan frente a la gran pantalla. El Encuentro de Escuelas propone eso: un tiempo y un lugar para mirar y dejarse mirar, para ver en el cine un espejo o una ventana, a veces las dos cosas al mismo tiempo. En un rincón, un grupo discute a media voz sobre el final de un corto: “Pero para mí quería decir que…”, dice uno. “No, fijate en el sonido que le pusieron a esa toma”, retruca otro. La docente que los acompaña los escucha y sonríe: esa es la conversación que vino a buscar.
La idea no nació ayer. Desde la primera versión del festival, los organizadores soñaron con tejer una comunidad educativa alrededor del cine. Con el tiempo, conquistaron logros como el jurado juvenil y la participación de distintos niveles educativos. Un grupo de adolescentes, al menos tres meses antes del evento, se reúne varias veces para aprender sobre cine. Se los ve atentos, tomando notas, debatiendo con entusiasmo sobre planos, guiones y escenas. Uno comenta con orgullo que fue elegido nuevamente para representar a su escuela. Durante su último encuentro de esta edición, como cada año, discutirán apasionadamente mientras preparan su voto, deliberando con argumentos que reflejan lo aprendido. Este grupo, además de ser parte esencial de los Encuentros de Escuelas, decidirá quién, en esta novena edición, se llevará el Premio del Jurado Juvenil al Mejor Cortometraje Regional. Así, esas escuelas se transforman en mucho más que espectadores: producen, debaten y eligen con la misma pasión que cualquier cineasta.
No hay un solo público ni una sola forma de estar en la sala. Las funciones se organizan por niveles: jardín, primaria, secundaria (incluida la modalidad de jóvenes y adultos y el programa “Vos podés”) y, desde este 2025, también estudiantes universitarios de la UNLPam. Cada grupo llega con su energía, sus códigos, sus preguntas. Aunque no compartan cortometraje ni horario, están conectados por un mismo gesto: sentarse a mirar juntos.
Durante la proyección de este lunes del Encuentro de nivel secundario, la sala fue un mosaico de voces, miradas y gestos. Se sucedieron cortometrajes con recursos muy distintos: planos contemplativos, historias contadas en el patio de la escuela, en un campo, en la facultad de veterinaria y hasta en el cementerio local. Entre cada proyección, el silencio se rompía para dar paso a debates, algunos más encendidos que otros, pero todos atentos. En uno de esos intercambios, una estudiante levantó la mano y preguntó: “¿Pero este corto… qué enseñanza deja?” Simón, el moderador, bajó la mirada y, con una sonrisa de satisfacción, respondió por el
micrófono que en el cine a veces lo que importa no es enseñar algo, sino contar con voz propia lo que se vive. Eso encendió otra conversación: por qué, teniendo la oportunidad de contar desde su mirada adolescente, tantas veces eligen ponerse en la piel de una edad mayor.
En la pantalla, durante el Encuentro de Escuelas, aparecen historias contadas con voces jóvenes. Afuera, en la vereda, cuando acaba la función, se oyen debates, comentarios y hasta un joven que apunta una idea en una conversación de WhatsApp consigo mismo. Quizá sea un guión; quizá solo una frase que lo impactó y quiere recordar después. A veces la chispa se enciende ahí y prende más tarde: en un taller de cine en la escuela, en la idea de participar en la próxima edición tras una tarde de rodaje improvisado entre mates y tareas. Ahora todos saben que también pueden hacer cine.
Este año, además, el Encuentro suma una proyección en horario central. Un viernes por la noche se abren las puertas del Cine Teatro Pico para mostrar cortos producidos por estudiantes. Adolescentes, familias, docentes, vecinos: todos se acercan. Porque ser escuela fuera del aula también es esto: cruzar la vereda, pagar una entrada simbólica, sorprenderse, escuchar, ver lo que otros tienen para contar y dejarse tocar por las historias.
Y aunque el Encuentro de Escuelas sea apenas una porción del festival, es una porción mágica. A la par sucede también el otro cine: de autor, de género, regional, internacional. Cine de miedo y de ternura. De rescate y de frontera. Hay talleres, hay jurados, hay pantallas encendidas. Y hay historia.
En agosto, en General Pico el festival se vive en toda la ciudad durante una semana, pero sobre todo se proyecta en dos salas emblemáticas: el Cine Teatro Pico y el Cine Gran Pampa. Dos edificios nacidos del sueño colectivo de la Asociación Italiana XX de Septiembre, cuando el cine era ritual y salir a ver una película, una ceremonia. Salas que conservan su arquitectura, su acústica, su misterio. Que siguen siendo faros. Porque mirar cine en esas butacas no es lo mismo que verlo en casa. Porque el cine se comparte, se respira, se vive en comunidad.
Y, sobre todo, está el cine. Porque palpitan historias, porque brotan ganas que inspiran. Desde la infancia nos enseñan no solo a narrar, sino a observar con atención, a abrir el corazón con ternura y respeto. A escuchar las voces ajenas, a descubrir que existen mil maneras de expresar quiénes somos. Espacios como este son una invitación permanente: a crear, a descubrir, a aprender juntos. En General Pico somos un público que no sólo presencia, sino que participa, sueña y vibra con cada relato. Y cada año, este festival nos convoca a vivir el cine como si fuera parte de nuestra propia historia. Seas de donde seas, por unos días podés ser un piquense más, protagonista de esta experiencia compartida.
*La autora formó parte del Taller de Cine y Crónica del 9° Festival de Cine de General Pico (La Pampa) dictado por el periodista Ulises Rodríguez. El texto fue elegido por las alumnas/os del taller para ser publicado en EscribiendoCine.