
Las superpotencias mundiales han desarrollado un apetito aparentemente insaciable por los minerales críticos que son esenciales para las transiciones energética y digital en curso, entre ellos los metales de tierras raras (para semiconductores), el cobalto (para baterías) y el uranio (para reactores nucleares).
Según las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía, la demanda de estos minerales se habrá más que cuadruplicado de aquí a 2040, solo para su uso en tecnologías de energía limpia. Pero, en su carrera por controlar estos recursos vitales, China, Europa y Estados Unidos corren el riesgo de causar graves daños a los países que los poseen.
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En la actualidad, China lidera el mercado, ya que se ha hecho con la propiedad o el control de alrededor del 60 y 80 por ciento de los minerales críticos necesarios para la industria (como los imanes) y la transición verde. Este control se extiende a toda la cadena de suministro: China ha invertido mucho en minería en África, Asia central y América Latina, y ha aumentado su capacidad de procesamiento.
Los minerales críticos que son esenciales para las transiciones energética y digital en curso. Foto:Jaime Moreno/El Tiempo
Para las potencias occidentales, el cuasi monopolio chino sobre los minerales críticos parece una amenaza económica y para la seguridad nacional. Este temor no es infundado. En diciembre de 2024, China restringió las exportaciones de minerales críticos a Estados Unidos en represalia por las restricciones estadounidenses a las exportaciones de microchips avanzados a China.
Desde entonces, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, obligó a Ucrania a ceder una parte significativa de sus minerales críticos como una retribución por el apoyo estadounidense en su conflicto contra Rusia. Para consternación de Dinamarca, Trump también quiere la soberanía estadounidense sobre Groenlandia, rica en minerales.
Además, el presidente estadounidense ha sugerido que Canadá, con todos sus recursos naturales, se convierta en su estado n.º 51. La Unión Europea, por su parte, ha buscado sus propios contratos mineros, por ejemplo con la República Democrática del Congo, promocionada como la “Arabia Saudita de los minerales críticos”.
Desde la colonización europea en África en el siglo XIX hasta los intentos occidentales de reclamar el petróleo de Medio Oriente en el siglo XX, este tipo de acaparamiento de recursos no es nada nuevo. Refleja una asimetría fundamental: las economías en desarrollo menos industrializadas tienden a consumir menos recursos de los que producen, mientras que ocurre lo contrario con las economías desarrolladas.
En principio, esta asimetría crea las condiciones para acuerdos: las economías industrializadas y desarrolladas obtienen los recursos que desean, y las economías no industrializadas en desarrollo reciben una ganancia inesperada, que pueden utilizar para impulsar su propio desarrollo. Pero, en realidad, las grandes concentraciones de recursos naturales han demostrado ser más una maldición que una bendición, ya que los países ricos en recursos suelen desarrollarse más lentamente que sus contrapartes.
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Una de las razones principales es que las economías desarrolladas tienen más influencia económica, tecnología avanzada y poderío militar –que utilizan para adquirir los recursos–.
Por ejemplo, las potencias imperiales europeas utilizaron la tecnología de la máquina de vapor para explorar y explotar África en busca de recursos como cobre, estaño, caucho, madera, diamantes y oro en el siglo XIX. Esto, junto con armamento más avanzado y otras tecnologías, significaba que, lejos de ofrecerles a las comunidades locales una compensación justa por sus recursos valiosos, las potencias europeas podían subyugar a esas comunidades y utilizar su mano de obra para extraer y transportar lo que querían.
Las instituciones deben negociar contratos mineros justos y transparentes. Foto:iStock
Traducir los recursos en desarrollo económico
Pero esta ‘maldición’ de los recursos se puede superar. Los países con instituciones que gestionan temas de política exterior sobre economía y la capacidad del sector minero para atraer inversiones y generar ingresos para el estado, e instituciones orientadas al interior para gestionar esos ingresos, pueden traducir esa dotación de recursos en desarrollo económico y mejoras del bienestar humano.
Las instituciones orientadas hacia el exterior deben negociar contratos mineros justos y transparentes con las corporaciones multinacionales y reforzar la capacidad de los gobiernos locales para hacer lo mismo. Dichos contratos deben incluir obligaciones como actividades de procesamiento de alto valor agregado en el país donde se explotarán los recursos, aumentar el empleo local y reforzar la capacidad de los proveedores y contratistas locales.
Por su parte, las instituciones orientadas hacia el interior también deben gestionar los riesgos que plantea la extracción de recursos, desde los daños a la salud y el medioambiente hasta las violaciones de los derechos laborales.
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RABAH AREZKI (*) Y RICK VAN DER PLOEG (**)
(*) Rabah Arezki, exvicepresidente del Banco Africano de Desarrollo y director de Investigación del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia y Senior Fellow de la Harvard Kennedy School.
(**) Rick van der Ploeg, catedrático de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Ámsterdam.
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París
Este artículo fue editado por razones de espacio.