
El cine contemporáneo vive obsesionado con las etiquetas. Se habla de “cine de autor”, de “películas de Oscar”, de “biopics de manual” o de “dramas excéntricos”. Sin embargo, cada cierto tiempo aparece una propuesta que juega deliberadamente a desbaratar esas categorías. Eso es lo que promete Marty Supreme, lo nuevo de Josh Safdie, que se lanza en solitario tras la etapa compartida con su hermano Benny. Y lo hace con una jugada tan arriesgada como ingeniosa: contar la historia de un personaje real —el carismático y enigmático Marty Reisman— sin llamarlo por su nombre, sin obedecer las reglas de un biopic clásico y, al mismo tiempo, sin renunciar a una clara ambición de premios.
Lo más llamativo es el fichaje de Timothée Chalamet, convertido ya en fetiche para la crítica y en garantía de interés académico. El actor viene de rozar la estatuilla con A Complete Unknown, su encarnación de Bob Dylan, y ahora se enfrenta a un reto muy distinto: dar vida a un jugador de ping pong cuya existencia se mueve entre lo deportivo, lo marginal y lo casi mitológico. Chalamet interpreta a Marty Mauser —no a Marty Reisman— porque Safdie ha querido liberarse de la fidelidad biográfica y optar por una especie de “biopic imposible”, una reimaginación más cercana a la fábula que al retrato documental.
El movimiento no es inocente. Hollywood adora los biopics, pero cada año necesita que alguno de ellos aporte una “vuelta de tuerca” para no sonar a repetición. Aquí entra Safdie, cuya trayectoria en títulos como Good Time o Diamantes en bruto ya demostró su capacidad para retratar a personajes atrapados entre la miseria y el brillo, siempre con un pulso narrativo febril. Ahora aplica esa lógica a un universo insólito —el ping pong underground— y la dota de un barniz excéntrico con cameos y secundarios tan inesperados como Abel Ferrara, The Weeknd o Tyler, the Creator.
Que la película esté distribuida por A24 no es un detalle menor. La compañía ha perfeccionado una estrategia doble: por un lado, alimentar la cinefilia más exigente; por otro, seducir a la Academia con productos que parecen indies pero respiran como cine de prestigio. No hay que olvidar que gracias a esa fórmula se colaron en la alfombra roja cintas como Moonlight o Everything Everywhere All At Once. Programar el estreno de Marty Supreme el 25 de diciembre de 2025 no es solo un gesto comercial: es un movimiento quirúrgico para llegar con fuerza a la carrera de premios.
El tráiler ha desconcertado a más de uno. Frente a lo que se podía esperar de Safdie —ritmo frenético, caos visual, estética abrasiva—, el avance se presenta solemne, casi lacrimógeno, con Forever Young como banda sonora para subrayar un tono de redención y nostalgia. ¿Se trata de una maniobra de marketing para seducir a la Academia o de una película realmente más convencional de lo que promete? La respuesta no se conocerá hasta su estreno, pero el contraste entre el envoltorio y la tradición rupturista de Safdie invita a pensar en una jugada calculada: vender emoción al gran público mientras se reserva el extrañamiento para quienes busquen más profundidad.

Lo más sugerente, sin embargo, es cómo Marty Supreme parece dialogar con la tradición reciente del biopic. Estamos ante una obra que cuestiona la necesidad de fidelidad literal al personaje histórico y que, al hacerlo, abre la posibilidad de hablar de temas más universales: la obsesión por la gloria, el precio de la extravagancia, la frontera entre autenticidad y espectáculo. En ese sentido, el ping pong no es más que el escenario elegido para reflexionar sobre una vida que oscila entre el fraude y la genialidad, entre el deporte y la estafa, entre el juego y la tragedia.
Chalamet, con su aura de fragilidad y su capacidad para dotar de misterio a cualquier gesto, parece ideal para encarnar esa contradicción. Y aquí reside la clave de la posible candidatura al Oscar: más que una historia sobre ping pong, Marty Supreme se venderá como una exploración del “outsider”, del individuo que no encaja en las estructuras sociales pero que, precisamente por eso, se convierte en material perfecto para el relato hollywoodiense de redención.
La pregunta no es si Marty Supreme será fiel a la vida de Marty Reisman, sino si conseguirá convencer a la Academia de que, en tiempos de biopics convencionales, todavía se puede reinventar el género. Si lo logra, estaremos ante una de esas películas que confirman que el Oscar, a veces, también premia la audacia disfrazada de clasicismo. @mundiario