
Después de la Segunda Guerra Mundial y hasta entrada la década de los 90, el aparato militar estadounidense se encargó de desarrollar la tecnología necesaria para estar a la vanguardia y así apuntalar su supremacía en el planeta. Esto motivó no solo el desarrollo de armas ultrasofisticadas, sino también de una apuesta hacia la investigación y el desarrollo.
Arpanet, la red que dio origen a internet, es un ejemplo de ello.
Pero el fin de la Guerra Fría coincidió con la emergencia de una serie de empresas privadas dedicadas a la tecnología, que tuvieron un ascenso meteórico. Estas gigantes tecnológicas –Google, Meta, Amazon y recientemente OpenAI, por nombrar a las más poderosas– se han vuelto tan indispensables que ya se ha dado una vuelta de tuerca.
Es decir, si antes el Pentágono era el que daba las directrices y permitía la colaboración de privados para el desarrollo de tecnología militar, ahora son las big tech las que tienen el control del desarrollo de la tecnología de vanguardia que necesita el ejército, sobre todo ante la explosión de la inteligencia artificial (IA).
“En comparación con el período de la Guerra Fría, la interdependencia con el desarrollo de la tecnología se mantiene, pero los papeles están invertidos. En IA, el Estado de Seguridad Nacional de EE.UU. está gobernado por unos pocos gigantes del sector privado que no dependen de él para hacer negocios”, escribe la economista argentina Cecilia Rikap, en un artículo académico para la University College London sobre las relaciones entre las big tech y el sector de seguridad nacional estadounidense.
En comparación con el período de la Guerra Fría, la interdependencia con el desarrollo de la tecnología se mantiene, pero los papeles están invertidos. En IA, el Estado de Seguridad Nacional de EE.UU. está gobernado por unos pocos gigantes del sector privado que no dependen de él para hacer negocios
“Es importante recordar que Silicon Valley siempre ha contribuido a la defensa de Estados Unidos. Por ejemplo, Palantir, uno de los mayores proveedores del Departamento de Defensa de Estados Unidos, fue fundada por Peter Thiel, el legendario inversor inicial de Facebook y el emprendedor detrás de PayPal”, señala a El Comercio Roger Darashah, director y fundador de la consultora Latam Intersect, especializada en comunicación internacional. “Por lo tanto, no creo que el sector se esté militarizando repentinamente”, agrega el experto en reputación corporativa de empresas de tecnología.
Si bien no se trata de una colaboración sorpresiva, esta se daba tras bambalinas. La diferencia es que ahora está completamente sobre el tapete, sobre todo por el impulso que le quiere dar el presidente Donald Trump, que está promoviendo jugosos contratos para que las big tech tengan injerencia directa en el desarrollo del sector defensa.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Foto:EFE
Para Cecilia Rikap, el proceso ha sido progresivo, pero ahora la dependencia se ha profundizado. “Uno de los motivos es el boom de la inteligencia artificial generativa y que este gobierno quiere acelerar a todo nivel. De hecho, Estados Unidos acaba de sacar su AI Action Plan, en el que aparece explícitamente la adopción de la IA dentro de todo el aparato militar, y esto va conectado con un contexto geopolítico cada vez más recalentado por las tensiones con China y Rusia”, señala a El Comercio la directora de investigación del Instituto para la Innovación y el Propósito Público (IIPP) del University College London.
OpenAI, Google, Anthropic y xAI (la empresa de IA de Elon Musk) han firmado, cada uno, un contrato por 200 millones de dólares para ayudar a mejorar las capacidades en inteligencia artificial en el sector defensa.
En búsqueda de poder
Este cambio ha llegado a tal punto que, en junio, cuatro grandes ejecutivos prestaron juramento como reservistas del Ejército. Se trata del director de tecnología de Meta y cercano a Mark Zuckerberg, Andrew Bosworth; el director de tecnología de Palantir, Shyam Sankar; el jefe de producto de OpenAI, Kevin Weil, y Bob McGrew, exdirector de investigación en OpenAI y actual asesor en Thinking Machines Lab. Ellos se convirtieron en tenientes coroneles del Destacamento 201, un programa recién creado por el Pentágono que estará encargado de “fusionar experiencia tecnológica puntera con innovación militar”.
Este impulso va de la mano con el papel cada vez más preponderante que tienen los CEO de las gigantes tecnológicas en la administración Trump (basta recordar cómo casi todos los tech-bro asistieron a su toma de mando y financiaron el desfile militar del pasado 4 de julio) y también con el cambio de discurso que han tenido.
Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sundar Pichai (CEO de Google) y Elon Musk en la posesión de Trump. Foto:EFE
Durante años, las gigantes tecnológicas mantuvieron regulaciones estrictas contra el desarrollo de armas y aplicaciones militares, pero en los últimos años han ido abandonando sus compromisos y modificando sus directrices internas, para así entrar a competir con empresas especializadas en armamento, como Lockheed Martin o RTX.
Meta, la empresa de Mark Zuckerberg, se ha asociado con Anduril –una start-up especializada en defensa– para fabricar cascos de realidad aumentada y gafas de combate con IA para los soldados estadounidenses; mientras que Scale AI (que recibirá una inversión millonaria de Meta) ha sido escogida por el Pentágono para realizar las pruebas de los grandes modelos de lenguaje que usará el ejército.
¿Quién regula a quién?
Pero no se trata solo de que estas grandes empresas quieran invertir en la industria de defensa, sino en los riesgos que esto conlleva al desdibujarse la línea que separa lo civil de lo militar, sobre todo cuando se tratan de compañías que desarrollan tecnologías que se han vuelto imprescindibles en nuestro día a día y, además, manejan los datos de casi todas las personas en el mundo.
Y se trata de una información altamente sensible en el caso de un conflicto bélico. De hecho, Microsoft reconoció en mayo que, desde que se inició la invasión de Israel en la Franja de Gaza, ha vendido al ejército israelí tecnología avanzada de inteligencia artificial y servicios en la nube, y la ONU ha denunciado que varias empresas de tecnología han contribuido en la recopilación de datos biométricos de palestinos.
El humo de los bombardeos israelíes en Deir el-Balah, en el centro de la Franja de Gaza. Foto:AFP
“El papel de las empresas privadas en muchos de los conflictos actuales —por ejemplo, Starlink como proveedor de internet y comunicaciones cifradas a zonas de guerra en Ucrania— está siendo objeto de un escrutinio cada vez mayor. Si bien la colaboración tradicional se ha centrado en la producción mecánica para la llamada guerra cinética, los fabricantes actuales utilizan inteligencia artificial, big data y, en algunos casos, datos personales para desarrollar productos de defensa. Esto supone un claro riesgo reputacional y ético si se delega en organizaciones comerciales, en lugar de gobiernos responsables”, explica Roger Darashah.
“Para entrenar estos modelos se utilizan datos que son recolectados por estas empresas de manera irrestricta de toda la población y después hacen un proceso de fine-tuning para acomodar estos modelos para servicios de guerra”, explica Cecilia Rikap. Y la preocupación no es poca cosa, pues se trata de empresas millonarias a las que se les está dando carta blanca para aumentar aún más su influencia.
Para entrenar estos modelos se utilizan datos que son recolectados por estas empresas de manera irrestricta de toda la población y después hacen un proceso de fine-tuning para acomodar estos modelos para servicios de guerra
Para la economista, se trata de un escalamiento del poder: “En la medida en que un gobierno se vuelve cada vez más dependiente de tecnologías provistas por un puñado de empresas, las posibilidades de regular a esas mismas empresas se ven reducidas. Ya lo veíamos con las redes sociales, que son solamente la punta del iceberg”.
Por eso, cada que le pida ayuda a ChatGPT, Gemini o Alexa, recuerde que sus datos pueden entrenar algoritmos cuyos fines no serán tan inofensivos.
Ucrania Rusia drones Foto:EFE
Los pasos dados hacia esa dirección
La guerra en Ucrania y en Gaza y la competencia por el liderazgo tecnológico mundial entre China y Estados Unidos fueron el terreno fértil para acercar a las bigtech con la Casa Blanca, con miras a colaborar en temas de defensa y seguridad. Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la presidencia terminó por acelerar el proceso.
El presidente republicano tiene planeado invertir un billón de dólares en 2026 para modernizar las fuerzas armadas de Estados Unidos. Y, cuando hablamos de modernizar, nos referimos a la inteligencia artificial, área que dominan empresas privadas como OpenAI (Chat GPT), Google (Gemini), Microsoft (Copilot), por mencionar algunas. El Gobierno las necesita y el negocio tecnológico requiere constantemente de muchos recursos para avanzar en desarrollo tecnológico.
Durante años, las grandes empresas tecnológicas promovieron un enfoque pacífico y lejano a la industria militar y defensa. Vibra que ha cambiado por completo debido al contexto actual.
Elon Musk, siendo un empresario tecnológico, trabajó en el gobierno de Trump. Foto:AFP
Así como en junio el Ejército nombró a colaboradores de las bigtech como tenientes coroneles de la reserva del Destacamento 201, una unidad de innovación técnica, las empresas están contratando a exfuncionarios del Pentágono que conocen el tejemaneje de la contratación tecnológica federal para asegurarse la adjudicación de contratos.
“Hay un sentimiento patriótico mucho más fuerte de lo que la gente cree que había en Silicon Valley”, dijo Andrew Bosworth, director de tecnología de Meta y uno de los cuatro nuevos tenientes coronel que nombró recientemente el Ejército. Él, por ejemplo, prometió cumplir días de servicio militar cada año.
Hay un sentimiento patriótico mucho más fuerte de lo que la gente cree que había en Silicon Valley
Andrew BosworthDirector de tecnología de Meta
Adicional a estas acciones, ha habido otros gestos de las bigtech que reafirman su entusiasmo por adjudicarse esos jugosos contratos en el sector militar. Incluso son gestos que se dieron antes de que Trump asumiera su segunda presidencia. Por ejemplo, en febrero Google eliminó el compromiso de no usar su inteligencia artificial para el desarrollo de armas o dispositivos de vigilancia. Eso mismo hizo OpenAI, pero en 2024, para permitir proyectos que “se alineen con nuestra misión”. Respondiendo a esto, en diciembre firmó un acuerdo con Anduril, una startup de tecnología militar. Y así hay otros ejemplos.
A la industria militar no solo están llegando las bigtech. Otras empresas emergentes del sector tecnológico también están invirtiendo en el tema. En 2023, Andreessen Horowitz, una firma de capital de riesgo estadounidense, anunció que movilizaría recursos en tecnología de defensa. Y en 2024, Y Combinator, una aceleradora de startups a la que se deben compañías como Airbnb, Dropbox, Twitch, entre otras, le dio impulso a una empresa emergente del área de defensa por primera vez en su historia.
Ejército de Estados Unidos. Foto:National Guard
Estas acciones han traído consecuencias para el sector. Según la consultora McKinsey, el año pasado aumentó la inversión a empresas de defensa en un 33 por ciento. Eso se traduce en 31.000 millones de dólares.
La bonanza trae consigo otra cara que muchos no se detienen a pensar: los efectos de la competencia salvaje por ser los primeros en desarrollar drones autónomos o inteligencias artificiales capaces de matar. Pues una vez que las empresas entreguen sus desarrollos al Estado, ya no tendrán control sobre estas.
“Estas empresas de Silicon Valley son muy competitivas y, en su afán por entrar en estos sectores de defensa, no se detienen mucho a pensar”, dijo Margaret O’Mara, historiadora tecnológica de la Universidad de Washington, según recogió Clarín.
Estas empresas de Silicon Valley son muy competitivas y, en su afán por entrar en estos sectores de defensa, no se detienen mucho a pensar
Margaret O’MaraHistoriadora tecnológica de la Universidad de Washington
El mundo ya ha visto algunos impactos de esa carrera por liderar la inteligencia artificial: sesgos raciales y de género. Muchos se preguntan si estos “defectos” se trasladarán a tecnologías mucho más sofisticadas capaces de matar en medio de una guerra. Lo que sí muchos coinciden es que los conflictos de ahora y del futuro los ganarán quienes tengan las tecnologías más avanzadas.