
François Truffaut nunca escribió una autobiografía. Lo que dejó, en cambio, fue una vasta cantidad de entrevistas en las que, entre una película y otra, fue construyendo un autorretrato en movimiento. El volumen El cine según François Truffaut (El Cuenco de Plata), compilado por Anne Gillain, organiza esas conversaciones en orden cronológico y permite seguir al director en tiempo real, en la cocina de su cine, sin el tamiz del recuerdo ni el artificio de la memoria reconstruida.
Lo que aparece, primero, es el cine como trabajo. Truffaut habla de la elección de un tema, del tránsito de la literatura al guion, del modo en que dirige a un actor o corrige un gesto en el set. Cada entrevista es una ficha de rodaje, pero también un borrador teórico. Allí se expone el método que sostiene una filmografía, donde lo personal —un recuerdo de infancia, una lectura, una conversación con un colega— se enlaza con la decisión técnica: dónde poner la cámara, cómo sostener un ritmo narrativo, cuándo cortar una escena.
La cronología arma, además, una historia paralela de la Nouvelle Vague. Truffaut no solo explica sus películas: discute con la tradición, señala herencias, define en qué medida su generación intentaba emanciparse de los estudios y del academicismo. La “política de los autores” no aparece como consigna abstracta, sino como experiencia: rodar con poco dinero, inventar soluciones, apostar por la libertad de filmar.
En el transcurso de las páginas se dibuja también una biografía en tránsito. Truffaut evoca a sus maestros, cuenta qué leía, cuáles eran sus obsesiones, cómo se relacionaba con los actores o con la crítica. La vida entra en la conversación solo cuando afecta al cine: infancia, paternidad, amistades, todo se filtra en la medida en que incide en la obra.
La lectura hoy adquiere un valor doble. Por un lado, funciona como documento histórico: una cantera de datos sobre rodajes, colaboraciones y contextos industriales. Por otro, habilita un acceso íntimo: escuchar a Truffaut pensando en voz alta sobre aquello que estaba haciendo, con la urgencia de quien todavía no sabía cómo sería recibido su film. Esa inmediatez es la que convierte al libro en un retrato vivo, más cercano a un making of continuo que a una biografía convencional.
Gillain ordena y selecciona, pero deja hablar. La traducción de Javier Gorrais asegura que lo técnico y lo coloquial convivan sin fricciones. El resultado es un libro que se puede leer como manual de dirección, ensayo de historia del cine o simple relato de una vida consagrada a filmar.
En tiempos en que la figura del director suele quedar sepultada entre algoritmos de plataformas y balances de taquilla, volver a Truffaut a través de sus propias palabras recuerda que el cine, antes que industria, es conversación: con sus contemporáneos, con la tradición y con quienes, décadas después, seguimos atentos a su voz.