
jueves 14 de agosto de 2025
Y sin embargo, en el momento en que más expuestos estamos como sujetos digitales —en redes, catálogos, dossiers, perfiles profesionales, festivales, medios, convocatorias— descuidamos uno de los encuadres más visibles: nuestra foto de perfil.
Parece una banalidad. Pero en realidad, es un signo de época.
El cineasta que no cuida su foto.
La programadora que usa una imagen pixelada.
El actor que no tiene presencia visual coherente.
La crítica que se define por su palabra, pero cuya imagen no dialoga con lo que escribe.
¿Qué está pasando?
No somos solo espectadores: también somos parte del encuadre
En una era donde la identidad digital es una extensión de la identidad profesional, la forma en que nos mostramos también comunica cómo entendemos nuestra práctica dentro del ecosistema audiovisual. No hablamos de estética vacía, ni de impostación para redes. Hablamos de algo más complejo: la coherencia entre el discurso y su forma de aparecer.
Un cineasta que trabaja sobre lo íntimo, pero se representa con una imagen impersonal.
Una artista experimental que usa como foto un retrato socialmente normativo.
Una crítica feroz al algoritmo con una imagen sin intención ni marco visual claro.
No se trata de buscar uniformidad, sino de hacer que nuestra representación visual hable con nuestra práctica creativa.
La imagen como punto de entrada (y de lectura)
Antes de que alguien lea una sinopsis, una reseña o vea una película, ve nuestra cara. O al menos, lo que decidimos mostrar como “cara digital”. Y ese primer punto de contacto —sobre todo en espacios donde lo visual es lenguaje— ya está construyendo una narrativa sobre quiénes somos.
Por eso, herramientas accesibles como este generador de fotos de perfil no deben verse solo como “recursos para redes sociales”. Son espacios donde podemos experimentar con nuestra imagen pública con la misma atención que ponemos en el color de una escena o en el ritmo de una edición.
Y no hablamos de que todos deban lucir iguales o “profesionales”. Al contrario. La potencia está en que cada foto de perfil puede (y debe) ser una declaración de identidad.
Lo personal, lo político y lo visual
El audiovisual contemporáneo nos exige posicionamiento. Ya no alcanza con contar historias: también se nos pide que asumamos el lugar desde donde las narramos.
En ese mapa de exposición, la autopercepción visual es política.
Y como tal, debe dejar de ser un gesto automático y empezar a ser una decisión consciente.
Porque si el cine nos enseñó a mirar con intención,
también es hora de que aprendamos a mirarnos con sentido.
Incluso en un recorte cuadrado de 400×400 píxeles.