
jueves 14 de agosto de 2025
Samia, Léo, David y Jess ganan 17 millones de euros y creen haber encontrado la salida de la adolescencia. La ilusión dura lo que tarda en recordárseles que ninguno tiene la edad legal para cobrar. Lo que parecía libertad se convierte en un laberinto de trámites, favores y firmas imposibles. La emancipación soñada se reduce a una burocracia que siempre devuelve al mismo punto.
Jóvenes y millonarios (Young Millionaires, 2025), creada por Igor Gotesman, parte de un esquema conocido —instituto, tensiones familiares, enredos de pasillo— pero se aparta de las fórmulas de series como Élite u Olympo. No hay cadáveres ni pruebas mitológicas, tampoco excesos sexuales ni desnudos gratuitos. El verdadero enemigo es el DNI, y la aventura consiste en lograr que alguien cobre el premio. La comedia nace del absurdo de descubrir que la burocracia es más letal que cualquier villano.
El dinero, que prometía emancipación, se convierte en dependencia. Solo Victoire, con un año más, puede acceder al cheque, y de pronto el poder ya no está en los millones sino en la fecha de nacimiento de su documento. Surgen discusiones, pequeñas traiciones y pactos frágiles. La riqueza no libera, condiciona.
La serie evita la espectacularidad de muertes y conspiraciones para centrarse en el sinsentido cotidiano. Cada obstáculo aleja el dinero un poco más y convierte la espera en un retrato de la adultez donde nada se obtiene sin papeles y todo se negocia con alguien al otro lado del mostrador. Los millones pesan menos que la responsabilidad que llega de golpe y que nadie pidió. En medio de tantos clones de fórmula, Jóvenes y millonarios se impone como la gran sorpresa juvenil del año.