
En apenas dos películas, Celine Song ha demostrado que no necesita grandes artificios para tocar fibras profundas. Con Vidas pasadas, su ópera prima, ya dejó claro que el amor, en su cine, no es un relato idealizado, sino un territorio incierto donde la memoria, el tiempo y las decisiones construyen realidades tan bellas como dolorosas. Ahora, con Materialistas, esa mirada se vuelve más afilada y menos indulgente, enfocándose en un triángulo sentimental que se mueve entre la atracción genuina y las transacciones emocionales propias de una sociedad marcada por el consumo.
La cinta, producida por A24, no se limita a contar una historia de relaciones cruzadas. Funciona como una radiografía de cómo el capitalismo impregna hasta las esferas más íntimas: la forma en que elegimos pareja, los pactos tácitos que sostenemos, la negociación constante entre deseo y conveniencia. Song articula esta exploración a través de diálogos intensos y calculadamente elaborados, que no temen ser incisivos ni demasiado explícitos en sus tesis. Puede que esa franqueza incomode a quienes prefieren un subtexto más sutil, pero es precisamente esa contundencia la que convierte a Materialistas en una obra tan incómoda como necesaria.
La dirección de Song, más dinámica que en su debut, refuerza esa tensión. Su cámara observa a los personajes con una distancia medida, evitando el sentimentalismo fácil pero sin renunciar a capturar los momentos de vulnerabilidad que los vuelven humanos. Dakota Johnson, Pedro Pascal y Chris Evans conforman un reparto de gran solvencia que otorga verdad a cada palabra y contradicción. Ninguno interpreta héroes ni villanos: son personas complejas, a veces egoístas, a veces frágiles, siempre condicionadas por un sistema que ha convertido incluso la intimidad en una moneda de cambio.
Es cierto que Materialistas no busca complacer a todos. Su tono puede parecer frío a quienes no sintonizan con la propuesta, y su retrato del amor —despojado de romanticismo— corre el riesgo de alienar a un público acostumbrado a narrativas más conciliadoras. Pero para quienes conecten con su mirada, la experiencia será intensa, incluso perturbadora, porque obliga a reconsiderar hasta qué punto nuestras relaciones son libres o están moldeadas por los engranajes del mercado y las expectativas sociales.

Song no ofrece soluciones ni consuelo. Al contrario, deja al espectador con un final abierto y una pregunta latente: si el amor es también un producto de época, ¿es posible construir vínculos que escapen a esa lógica? La incomodidad que deja la película no es un fallo, sino su mayor acierto. Materialistas no se olvida al salir de la sala; se arrastra durante días, removiendo ideas y emociones.

En un panorama cinematográfico saturado de historias de amor convencionales, Celine Song se confirma como una de las voces más necesarias y valientes del momento. Y aunque muchos espectadores saldrán de Materialistas con una sensación de desasosiego, quizá ahí radique su verdadera fuerza: en recordarnos que el cine, como el amor, no siempre está para reconfortarnos, sino para hacernos pensar. @mundiario