
Convertir Cumbres Borrascosas en una experiencia cinematográfica es siempre un reto: la intensidad emocional de la obra, su carga de romanticismo oscuro y sus personajes complejos han inspirado a directores de estilos muy distintos durante más de un siglo. Sin embargo, la propuesta de Emerald Fennell, según las primeras reacciones, no se limita a reinterpretar el material: lo somete a un proceso de deconstrucción extrema, en el que el sexo explícito, el surrealismo visual y el desvío argumental adquieren un protagonismo casi absoluto.
En la proyección de prueba realizada en Dallas, los asistentes describieron una cinta “agresivamente provocativa” y “tonalmente abrasiva”. Los paralelismos con Saltburn, su anterior trabajo, no son casuales: Fennell vuelve a explorar la frontera entre lo erótico y lo perturbador, incorporando escenas de alto voltaje sexual que rompen cualquier expectativa de fidelidad al texto de Brontë. Desde secuencias de bondage ecuestre hasta imágenes de connotación orgiástica en un ahorcamiento público, la película parece querer escandalizar antes que emocionar.
Este enfoque ha dejado desconcertados incluso a quienes defienden la libertad creativa en las adaptaciones. La crítica recurrente es que, bajo la pirotecnia visual y la transgresión sexual, la conexión emocional con los personajes se diluye. El Heathcliff de Jacob Elordi y la Catherine de Margot Robbie se mueven en un paisaje emocional deliberadamente frío, donde la pasión destructiva que definía su relación se convierte en una sucesión de gestos estéticamente calculados pero emocionalmente distantes.
La polémica, sin embargo, no empezó en la sala de proyección. Desde el anuncio del reparto, las redes cuestionaron la elección de Robbie para un papel tradicionalmente asociado a una juventud intensa, así como la representación étnica de Heathcliff, un personaje que Brontë describió con rasgos que la tradición ha vinculado a un origen gitano. En defensa de las elecciones, el director de casting Kharmel Cochrane ha sostenido que “no hay necesidad de ser preciso” porque “es solo un libro”, una declaración que condensa la filosofía de esta adaptación: libertad total, incluso a riesgo de dinamitar la esencia de la obra.
La cuestión de fondo no es si un clásico puede reinterpretarse —la historia del cine está llena de versiones libres y experimentales—, sino si esa reinterpretación aporta nuevas capas de sentido o simplemente usa el texto original como pretexto para otro proyecto. Fennell parece situarse en la segunda categoría, tomando Cumbres Borrascosas como un lienzo sobre el que desplegar su imaginario más extremo. Esto, inevitablemente, dividirá a la audiencia: para algunos será una actualización atrevida que libera a la novela de su corsé decimonónico; para otros, un acto de apropiación que vacía la historia de su fuerza original.
Las productoras aún tienen margen para introducir cambios antes del estreno previsto para febrero de 2026. La historia reciente del cine recuerda casos en los que las proyecciones de prueba llevaron a reformular escenas enteras, como Titanic o Pretty Woman. Pero, tratándose de Fennell, es difícil imaginar que renuncie a la provocación como eje narrativo. La duda es si esa provocación será suficiente para sostener una película que, hasta ahora, parece decidida a incendiar las expectativas tanto de los puristas literarios como del gran público.
Al final, el debate que esta adaptación abre va más allá de Cumbres Borrascosas: nos interpela sobre la naturaleza misma de las adaptaciones y sobre el derecho —o la osadía— de un autor audiovisual para usar un clásico como trampolín de su propio universo creativo, aunque el salto implique dejar atrás lo que hizo grande a la obra en primer lugar. @mundiario