
martes 12 de agosto de 2025
En 2012, Damián Martínez conoció a Pablo García Borboroglu -“Popi” para los amigos- y quedó atrapado en su historia. No solo por la ternura casi humana de los pingüinos, sino por la pasión con la que este biólogo del CENPAT/CONICET le narraba su vida entre plumas, viento y océano.
Trece años después, esa primera conversación se transformó en El señor de los pingüinos: un documental que este jueves 14 de agosto, a las 20:15, tendrá su estreno en el Cine Gaumont. Una coproducción argentino-neozelandesa que viaja de Península Valdés a los fiordos de Nueva Zelanda para seguir los pasos de un hombre que decidió que la ciencia también puede ser un acto de amor.
En el documental, la belleza visual de la Patagonia y Nueva Zelanda conviven con un mensaje urgente sobre conservación. ¿Cómo se logra ese equilibrio entre poesía visual y alerta ambiental?
Durante varios años investigué el trabajo de Popi. En 2020 presenté el guión al INCAA y obtuve el respaldo de la vía documental. Para mí era clave mostrar las bellezas de Chubut y de Nueva Zelanda, pero también el esfuerzo y el trabajo de conservación de Popi y la Global Penguin Society. Tener un guión previo me permitió luego, en el rodaje, capturar ese trabajo de campo en Península Valdés y el choque con una realidad dura: plásticos que el mar devuelve y que dañan a la fauna marina.
Martínez habla de “convivencia” con una sonrisa. Filmar en pandemia, con el frío mordiéndole las manos, pero con el privilegio de compartir jornadas desde antes del amanecer junto a Borboroglu: “Popi es un apasionado. Y lo mejor es que comparte lo que sabe y siente. Hay quienes guardan su conocimiento; él lo regala. Esa generosidad hizo que el rodaje fuera tan divertido como enriquecedor”.
El director, que además es uno de los organizadores del Festival Internacional de Cine de Puerto Madryn (MAFICI) sostiene que el cine documental tiene un arma secreta: el tiempo.
“A diferencia de otros medios más inmediatos, el cine permite sumergirse en los paisajes, en las emociones y en los silencios que también hablan. Esa experiencia genera un vínculo íntimo con lo que vemos. Cuando uno se conecta desde la empatía, entiende el mensaje y lo siente como propio. Y cuando algo se siente propio, nace la necesidad de cuidarlo”.
El señor de los pingüinos tuvo proyecciones en festivales de India -allí fue su estreno mundial- Chile, México, Croacia, Colombia, Ecuador y Perú, cosechando premios, menciones y aplausos.
Martínez cuenta que la reacción varía según la geografía: “En algunos países, la emoción gana; en otros, las charlas posteriores se centran más en la ciencia y las políticas de conservación. Pero en todos lados se entiende que proteger a los pingüinos es también protegernos a nosotros mismos”.
El jueves a las 20.15 horas en el Cine Gaumont, esa travesía tendrá su escala porteña, con una invitación tácita: mirar la naturaleza con otros ojos… y no apartar la vista.