
Ponte en mi lugar de nuevo es todo lo que esperas: simple, dependiente de la nostalgia y divertida.
Después de 22 años Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis se reúnen y vuelven a intercambiar cuerpos, aunque ahora la hija de Anna y su próxima hermanastra se suman a la ecuación. El objetivo vuelve a ser el mismo: recuperar sus cuerpos, impedir una boda o arreglar una familia.
Todos los elementos están ahí: problemas familiares, un chico encantador, y mucho que descubrir entre sus protagonistas; lo que de inicio la hace sosa. Los primeros 30 minutos son lentos, y se siente un total refrito de la película original, aunque luego encuentra su propia nota.
Lo que sostiene a la secuela es la química entre Lindsay y Jamie, ese amor pasa la pantalla y las nuevas dos chicas saben seguirle el ritmo. Es notoria la diversión de las cuatro al filmar, y eso transmite la película, un humor simplón y rosa que definió a Disney en live action en la primera década de los 2000.
Secuela dependiente de nostalgia
Es una película full nostalgia, con muchos cameos y referencias a la original; y sabe que depende de eso, así que el humor se enfoca en gente adulta, pero eso la hace divertida, mientras reitera ese mensaje familiar y de empatía.
No es una gran película, pero es disfrutable; y al mismo tiempo es casi profética. Ver a Anna regresar a los escenarios como cantante, mientras Lindsay Lohan lo hace a la pantalla grande, es bonito y verla con tanta luz le da un plus singular a la película. @mundiario