
lunes 11 de agosto de 2025
“Abril es el mes más cruel: engendra / lilas de la tierra muerta, mezcla / recuerdos y anhelos, despierta / inertes raíces con lluvias primaverales. //”. Así comienza La tierra baldía de T.S. Eliot, uno de los poemas más importantes de la literatura del siglo XX. Y no deja de resonarnos durante el desarrollo de la segunda película de la directora y guionista georgiana Dea Kulumbegashvili, April (2024), ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Venecia,
Nina (Ia Sukhitashvili) es una obstetra destacada en el hospital de una ciudad en Georgia. Ciudad rodeada de aldeas que la médica visita para realizar abortos a las mujeres necesitadas que se lo requieren. Aunque el aborto allí es legal en embarazos de hasta de doce semanas, las prácticas no son bien vistas, por lo que nuestra protagonista debe ocultar su accionar humanitario (que no sólo se limita a llevar a cabo esa práctica, si no a informar sobre métodos anticonceptivos y educación sexual) mientras los rumores arrecian y pueden complicar su trabajo. Cuando un parto prematuro y sin registro termine fatalmente con la muerte del recién nacido, una investigación se pone en marcha y las cosas deberán replantearse en un mundo machista y patriarcal, donde ninguna mujer, sea cual sea su educación o su posición social, parece exenta de tener que rendir cuentas o estar sujeta a hombres que marcan el ritmo y la ley.
Nina parece un autómata, sus sentimientos no afloran y en su superficie opaca sólo hay destellos de alguna tristeza perenne. Sin pareja, desde su ruptura, hace más de ocho años, con un colega, ronda nocturnamente las rutas y los parajes desolados buscando y ofreciendo sexo casual.
El drama ascético y recatado (aunque hay escenas que pueden herir sensibilidades por su verismo y crudeza: dos partos reales, epidural incluida, y un aborto simulado) se imbrica con el fantástico que irrumpe en esa aparición constante de un ser que vigila y acecha. Una criatura sin rostro, que remeda un cuerpo sin piel, una especie de musculatura sin cubierta, que camina lenta y surge entre las sombras. ¿Es el interior de Nina? ¿Es como la obligan a percibirse? ¿Es su doppelganger? No hay certezas, alcanza con su presencia insondable.
La puesta es crucial y precisa: las escenas se permiten una duración de tiempos largos y sin movimiento de los personajes en el cuadro (que son productivas en crear tensión e incomodidad, pero también provocar tedio), las tomas en subjetiva suelen denotar una cámara no fija, con sutiles o más acentuados movimientos. La banda sonora repite una respiración agitada y sibilina, que se vuelve ominosa, tanto como una “música” que, en las contadas veces que surge, recurre a chirridos o golpes o ladridos.
Si bien determinadas decisiones formales (algunos planos, algo de la recurrencia a cierta oscuridad simbólica y a mostrar lo peor de sus personajes) acercan, peligrosamente, por momentos, a April a un “cine de la crueldad” que los festivales aplauden y premian; todo contribuye, finalmente, a construir este momento crítico que Nina atraviesa y que nosotros como espectadores acompañamos azorados ante la decisión del filme de negarse a dar explicaciones fáciles y mucho menos complacientes.