
domingo 10 de agosto de 2025
Hay libros que parecen escritos para convivir, aunque sus autores no se lo propongan. La dulce existencia de Milena Busquets y Breve historia de la oscuridad de Vicente Monroy, ambos editados por Anagrama, no comparten escenario ni tono, pero ambos interrogan la relación entre experiencia y permanencia: cómo se guarda un instante, cómo se habita un lugar que resiste al paso del tiempo.
Busquets vuelve a Cadaqués, no como quien regresa a una geografía, sino como quien visita un estado de ánimo. Diez años después de También esto pasará, el rodaje de su adaptación cinematográfica la obliga a entrar de nuevo en un universo que creía cerrado. El sol, los vientos, las mañanas en el Casino, las conversaciones que flotan entre la memoria y la ficción: todo se presenta como un montaje paralelo entre lo que fue y lo que se imagina. La autora observa sus días pasados como un metraje recuperado, con la melancolía de saber que la felicidad solo se reconoce en diferido. Su narración es, en el fondo, un ensayo íntimo sobre la necesidad de fijar aquello que, mientras sucede, parece inagotable.
Monroy, en cambio, propone una defensa de la penumbra. Breve historia de la oscuridad mira hacia las salas de cine como espacios de resistencia frente a la dispersión del presente. La oscuridad, tradicionalmente asociada al miedo o la ignorancia, se convierte aquí en territorio fértil, un refugio donde se tejen mitos, se comparten emociones y se negocia el deseo. Sin nostalgia, pero con la certeza de que la experiencia colectiva de la proyección no tiene sustituto, el autor reivindica ese instante en que la pantalla ilumina rostros anónimos que, por un rato, comparten la misma historia.
En Busquets, la luz dorada de Cadaqués; en Monroy, la negrura cómplice de la sala. Ambos registran lugares donde la percepción se agudiza: un pueblo frente al mar que parece eterno, una sala oscura que concentra el mundo. Y en esa aparente oposición –luz y sombra– se advierte un mismo gesto: el de construir memoria para que el tiempo, aunque avance, no termine de borrar el instante vivido.