
La diputada opositora Marcela Villatoro (de la Alianza Republicana Nacionalista, Arena, derecha) ‘viajó al futuro’ la noche del jueves para advertir a los salvadoreños de su incierto destino. En otra semana para la historia del continente, de esas que dejan huella, Villatoro sentenció: “Esta noche, la democracia en este país ha muerto”.
Villatoro se refería a la reforma constitucional impuesta con el voto de 57 de los 60 parlamentarios del Congreso salvadoreño, cuya mayoría está conformada por miembros del partido de Bukele, Nuevas Ideas. Esa reforma no solo permitirá la reelección presidencial indefinida en esa nación centroamericana, sino que amplía de cinco a seis años el período del jefe de Estado, a la vez que elimina la segunda vuelta y sincroniza las elecciones presidenciales con las legislativas y las municipales.
Como si de un déjà-vu se tratara: la misma senda del poder absoluto iniciada en Venezuela por Hugo Chávez, y consolidada por Nicolás Maduro, ahora es transitada por Nayib Bukele con sus propias herramientas, mucho populismo y las redes sociales como motor imparable.
El nicaragüense Daniel Ortega, que lleva 18 años en el poder, hizo lo mismo que Bukele en enero de 2024. Y otros, como el boliviano Evo Morales, que también intentó perpetuarse en el poder con el apoyo entonces del Movimiento al Socialismo (MAS), se quedaron a mitad de camino: en este caso, tras fracasar el fraude electoral de 2019, lo que lo obligó a renunciar y a un exilio temporal en México.
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En las Américas diluvia sobre mojado. Los tratados políticos desde la Independencia están llenos de héroes nacionales convertidos en caudillos, galopando en muchas ocasiones sobre el constitucionalismo democrático, inspirado en el ejemplo estadounidense, para luego ser vulnerado.
“La no reelección se posicionó como contrapeso para proteger a la democracia. Sin embargo, en las últimas décadas eso ha venido cambiando, desde la izquierda y la derecha, basado en una interpretación electoralista de la democracia”, anota el analista político venezolano César Báez. “¿Tiene la Constitución poder suficiente para contradecir a la voluntad popular si la gente apoya a un mismo presidente por mucho tiempo? Ese es el dilema”, se pregunta.
Chávez abrió una senda que finalmente ha convertido a Venezuela en una dictadura sangrienta, apuntalada por la fuerza bruta de las armas y las alianzas internacionales. Y ahora Bukele, pese a sus críticas constantes contra el chavismo, se ha lanzado por el mismo camino.
Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. Foto:EFE
Vidas paralelas
“Tanto Bukele como Chávez son dos clásicos prototipos de liderazgo populista: con carisma, llegaron por la vía democrática y, paulatinamente, uno desde la izquierda y otro desde una indefinición que se puede catalogar de derecha por sus alianzas, transforman las instituciones, la cultura política y las prácticas. Ambos son líderes carismáticos, prototípicamente populistas, con personalización del poder y reelección ilimitada”, anota el historiador cubano Armando Chaguaceda.
Se trata de un mismo recorrido con similitudes enormes. “Se confirma en tres categorías: la concentración y continuidad en el poder, el control sobre los otros poderes del Estado y las violaciones a los derechos fundamentales. Bukele comenzó concentrando poder y capacidad de toma de decisiones en sí mismo, para lo que se auxilió mucho de las redes sociales y las tecnologías de la comunicación. Y luego avanzó por el camino del control de los demás poderes del Estado, e incluso, influyendo en gobiernos locales. Ahora vemos claramente cómo tiene la clara pretensión de continuar en el poder. Primero con la eliminación del candado constitucional a la reelección y luego con la extensión del periodo de ejercicio presidencial”, explica Elvira Cuadra, directora del Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica.
En 2007, Chávez desafío al país y a la tradición democrática de los venezolanos al plantear un referéndum para aprobar la reelección indefinida y un conjunto de leyes socialistas. Fue derrotado y calificó el logro de sus rivales como una “victoria de mierda”. Dos años después repitió, y ganó, el plebiscito de la reelección. Las leyes socialistas las impuso a golpe de decreto.
Aunque Chávez procuró reformas de la Constitución, Bukele sigue ese rumbo en un estilo menos dogmático-ideológico, más pragmático.
César BáezAnalista político venezolano
“Diría –anota Báez– que, al contrario de Chávez, Bukele ha venido dando los pasos más importantes discretamente. Para Chávez fue fundamental copar todas las instituciones con partidarios leales, antes que con funcionarios competentes. Mientras que Bukele consigue en su popularidad una justificación para todo esto. Ya pasó una modificación de los distritos electorales que le dio 57 de 60 escaños en el Parlamento. Antes de esto, la Asamblea Legislativa tenía 84 escaños.
La reducción simplificó el porcentaje de representación, ampliándolo significativamente para el oficialismo. Esto le permitió remover a todos los jueces de la Corte Suprema e instalar oficialistas leales, que fueron los que le permitieron correr en su primera reelección a través de una interpretación de la Constitución. También, logró conseguir un estado de excepción desde 2022 que sigue vigente. Además, aunque Chávez procuró reformas de la Constitución, Bukele sigue ese rumbo en un estilo menos dogmático-ideológico, más pragmático. Por eso, el proceso de reforma que elimina los límites a la reelección indefinida se define en apenas unas horas”.
Según Chaguaceda, “en el caso de Ortega estamos ante un líder de origen revolucionario que regresa al poder por la misma vía que se fue, las elecciones, pero que no es un líder carismático, sino un hombre de aparato, un radical de izquierda que sí genera un culto y una propaganda, pero sin el carisma de los otros dos. En los tres casos, el denominador común es la concentración del poder, pero Bukele creando de cero, alrededor de su persona, un movimiento muy nuevo que luego convertiría en un partido. De manera que hay un grado de institucionalización mayor en el orteguismo, y después en el chavismo y en el bukelismo”.
Un nuevo estilo
Bukele, que fue alcalde de San Salvador por el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, exguerrilla desmovilizada y convertida en partido político tras los acuerdos de paz de 1992), no consiguió la candidatura presidencial por su antiguo partido, así que se lanzó a crear uno nuevo.
Y mientras que Chávez intentó extender su socialismo del siglo XXI apoyado en una mezcla de carisma y miles de millones de dólares de la bonanza petrolera que le tocó, Bukele ha conseguido ser el político más admirado de las Américas, hartas de corrupción y de inseguridad, sin gastar un dólar, pero a través de las redes sociales y de sus supuestos éxitos en materias que preocupan enormemente a los ciudadanos. “Chávez era un producto de las tradiciones del siglo XX: populismo y castrismo. Bukele es el primer mandatario del XXI”, sentencia Chaguaceda.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Foto:AFP
Los métodos de Bukele –un publicista de 44 años que gobierna desde 2019 y fue reelegido en 2024 con un aplastante 85 % de los votos– gustan en países como la Argentina y Ecuador, y además le salen replicantes por todas partes, dispuestos a conquistar a los electores con megacárceles, mucha mano dura, estados de excepción a la medida y gritos constantes contra la corrupción.
En el exterior ven ese modelo como algo replicable para sus países, aunque, por otro lado se denuncie un modelo nocivo en términos de democracia y derechos
Elvira CuadraExiliada nicaragüense
“Bukele estableció un modelo que vende como su marca personal de estilo de gobierno. Tiene una opinión dividida entre quienes están a favor de su gobierno y su proyecto político, apoyo capturado a través de supuestos resultados en el estado de excepción, lucha contra las maras y reducción de homicidios. En el exterior ven ese modelo como algo replicable para sus países, aunque, por otro lado se denuncie un modelo nocivo en términos de democracia y derechos”, dice la exiliada nicaragüense Elvira Cuadra.
Cuadra sabe de primera mano los peligros de esta vía al poder absoluto, en su caso, con un Daniel Ortega empeñado en construir una Corea del Norte en medio de Centroamérica.
Una vez impuesta la reelección, historiadores y politólogos repasan las maniobras en el pasado de Chávez y Maduro para avizorar cuáles serán los próximos pasos de Bukele.
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César Báez lo tiene claro: “Lo siguiente debería ser un aumento en la persecución política, más presos políticos, más prensa independiente exiliada, mayor control gubernamental sobre la economía, distribución clientelar de cargos públicos, fusión entre el partido y el Estado y, finalmente, sumisión de la Fuerza Armada y de los órganos de seguridad, directamente vinculados al presidente”.
Una hoja de ruta que ya está implantada en Venezuela y Nicaragua, aunque en esos dos países ninguno de los dictadores cuenta con el respaldo popular. Cosa distinta en el caso de El Salvador.
DANIEL LOZANO
Para La Nación (Argentina) – GDA
Condena y preocupación
27 expresidentes del Grupo Idea, la Iniciativa Democrática de España y las Américas integrada por ex jefes de Estado y de Gobierno de 13 países, condenaron esta semana “la inconstitucional reforma que impone la reelección presidencial indefinida en El Salvador y viola la Carta Democrática Interamericana”. Añadiendo que la decisión de Bukele se asemejaba a la “que condujo a la consolidación de la dictadura en Venezuela”.
Entre los firmantes figuraban el español José María Aznar, el mexicano Vicente Fox y el colombiano Andrés Pastrana.
La oposición salvadoreña y organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch (HRW) han criticado la reforma al considerar que erosiona la democracia del país para perpetuar a Bukele en el poder. En palabras de Juanita Goebertus, directora para las Américas de HRW, con la reelección indefinida El Salvador recorre “el mismo camino que Venezuela”.
EE. UU. lo apoya y rechaza comparaciones
El Gobierno de Estados Unidos expresó esta semana su respaldo a la reforma constitucional en El Salvador que avala la reelección indefinida del presidente, dejando despejado el camino para que Nayib Bukele pueda optar a un tercer mandato. Y, de paso, rechazó que se compare al país centroamericano con una dictadura.
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“La Asamblea Legislativa de El Salvador fue elegida democráticamente para promover los intereses y las políticas de sus electores. La decisión de realizar cambios constitucionales es suya. Les corresponde decidir cómo debe gobernarse su país”, declaró un portavoz del Departamento de Estado a la agencia EFE.
“Rechazamos la comparación del proceso legislativo de El Salvador, basado en la democracia y constitucionalmente sólido, con regímenes dictatoriales ilegítimos en otras partes de nuestra región”, agregó.