
Por: Michael Bröning Lara*
BERLÍN.– Los progresistas están atrapados en una trampa que ellos mismos crearon. En una época de crisis que se superponen y se refuerzan mutuamente, han llegado a ver cada problema —el cambio climático, la salud pública, la energía, la desigualdad, el comercio y la guerra— como parte de una única batalla política que lo abarca todo: la “lucha por todo”.
A primera vista, esta estrategia puede parecer convincente. Estas cuestiones están realmente interconectadas y nadie vive aislado. Pero concentrar todas las causas en una sola batalla tiene serias desventajas. Argumentar que para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) también es necesario abolir el capitalismo, replantear las categorías de género y liberar a Gaza es una fórmula para la parálisis política. Incluso si cada lucha individual es valiosa por sí sola, combinarlas suele socavar las amplias coaliciones necesarias para lograr un progreso significativo.
Los progresistas harían bien en tener esto en cuenta antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que se celebrará en noviembre en Belém (Brasil). Tras las deslucidas cumbres de Azerbaiyán y Emiratos Árabes Unidos, países ricos en petróleo, muchos activistas esperan que la COP30 marque un retorno a los principios progresistas. Con ese espíritu, se espera que miles de defensores del clima acudan a Belém para la llamada Cumbre de los Pueblos, una reunión de grupos de la sociedad civil y climáticos que se celebra paralelamente a las negociaciones oficiales. Dadas las actuales turbulencias económicas y la escalada de las tensiones geopolíticas, las posibilidades de que los responsables de las políticas globales elaboren un plan climático audaz en la COP30 son escasas. Pero incluso si lo consiguen, la lucha climática en términos más generales está destinada al fracaso sin apoyo público.
Resulta alarmante que el apoyo a la agenda climática parezca haber disminuido significativamente. Desde Estados Unidos y Alemania hasta Canadá, Corea del Sur e India, el cambio climático apenas se consideró un problema importante en las elecciones recientes. El presidente estadunidense, Donald Trump, fue reelegido con una plataforma de “perforar, perforar, perforar”, mientras que el apoyo a los partidos verdes se desploma en toda Europa, en tanto la extrema derecha sigue ganando terreno. Y cuando surge el tema del cambio climático, los candidatos que abogan por medidas audaces son derrotados sistemáticamente.
A esta altura, es obvio que la “lucha por todo” es una estrategia perdedora para los partidos progresistas que se toman en serio la lucha contra el cambio climático. Peor aún, alimenta el escepticismo público sobre la viabilidad de la acción climática.
No cabe duda de que las campañas de desinformación bien financiadas siguen siendo la causa principal de la pérdida de la confianza pública. Pero la extralimitación de algunos activistas progresistas también influye. El manifiesto de la Cumbre de los Pueblos es un buen ejemplo. Redactado por una amplia coalición de ONG y activistas, el documento denuncia las “falsas soluciones climáticas” como “instrumentos para profundizar la desigualdad”. Sólo las estrategias “socioambientales, antipatriarcales, anticapitalistas, anticolonialistas, antirracistas y basadas en los derechos”, insiste, pueden resolver la “crisis climática, ecológica y de civilización”. Aunque, ciertamente, tienen buenas intenciones, cabe preguntarse: ¿es así como se construyen las coaliciones amplias o es así como se desintegran?
De hecho, a la mayoría de la gente le preocupa el cambio climático. Según una encuesta reciente de IPSOS en 32 países de los cinco continentes, 74% de los encuestados están preocupados por su impacto en sus propios países. Pero cuando las soluciones prácticas y técnicas se descartan como traiciones ideológicas, la política climática corre el riesgo de convertirse en poco más que una búsqueda de pureza moral. No siempre ha sido así. Si bien los llamamientos a un cambio radical forman parte del movimiento climático desde hace mucho tiempo —y con razón—, en su momento su programa se centraba en la sostenibilidad: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, conservar los recursos, proteger los bosques y preservar la biodiversidad. Hoy, sin embargo, muchos activistas ven a la acción climática como un vehículo revolucionario para desmantelar el statu quo y provocar un amplio ajuste de cuentas moral. El problema es que, si bien el fervor de la “lucha por todo” puede energizar a los activistas, tiende a alienar al público en general.
La mayoría de los votantes buscan soluciones viables, no un sermón sobre la necesidad de reinventar la sociedad, especialmente cuando ese sermón se hace eco de las fantasías revolucionarias fallidas del pasado.
Cuando las ideas marginales cobran protagonismo, el apoyo general disminuye. Al rechazar medidas prácticas, como la energía nuclear, simplemente porque no “desmantelan el sistema”, los progresistas se arriesgan a sacrificar el impacto por la ideología. Con una gestión responsable, la energía nuclear es limpia y fiable, y la electrificación reduce las emisiones. Las herramientas esenciales para promover la causa climática no la traicionan. Cuando los líderes se reúnan en la COP30 deberán enfrentarse a una serie de desafíos urgentes: la deforestación desenfrenada, la alianza tóxica entre las industrias extractivas y el crimen organizado, y la creciente incapacidad de las instituciones democráticas para lograr un crecimiento sostenible. Si bien imaginar alternativas al statu quo sigue siendo valioso y necesario, los líderes políticos —especialmente los de izquierda— deben superar la mentalidad del “todo es todo” y centrarse en lo que realmente funciona, incluso si no se alinea con el utopismo radical. En lo que respecta a la retórica política y las temperaturas globales, menos es más.
La COP30 ofrece una oportunidad única para redefinir la sostenibilidad como realismo pragmático antes de que el movimiento climático se aleje aún más de las preocupaciones de la gente común. Si líderes y activistas adoptan el pragmatismo, tendrán el mandato de actuar. Si optan por defender la “lucha por todo”, el público seguirá ignorando la situación, aunque las temperaturas globales sigan subiendo.
*Forma parte de la comisión de Valores Básicos del Partido Socialdemócrata de Alemania
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