
martes 05 de agosto de 2025
El 21 de enero de 1994, 25 bomberos voluntarios, muchos de ellos niños y adolescentes, murieron por asfixia al ser enviados sin protección adecuada a un incendio de campo en Puerto Madryn. Los hijos de Madryn (2024), dirigido por Marcela Balza (Las mujeres llegan tarde, 2011) , no se queda en el homenaje, sino que reconstruye los hechos para señalar omisiones, denunciar negligencias y exigir memoria activa.
Desde una investigación rigurosa, la película recupera archivos, testimonios de familiares y registros silenciados durante décadas para construir un relato que no apela a la emoción sino a la evidencia. La falta de protocolos, la precariedad en los recursos y la exposición de menores a tareas de riesgo se revelan como elementos centrales de una tragedia que no fue inevitable. Balza esquiva el tono conmemorativo y se concentra en el trasfondo estructural que hizo posible el desastre.
El documental no apunta al fuego como causa, sino a quienes enviaron a menores de edad a una situación límite sin condiciones mínimas de seguridad. Expone cómo las autoridades desviaron la atención, cómo se impuso el silencio en la comunidad y cómo el dolor fue reemplazado por medallas y actos simbólicos. Lejos de aceptar esa narrativa oficial, la Balza desmonta ese discurso y plantea la necesidad de repensar qué, cómo y para quién se cuenta una tragedia.
Los hijos de Madryn se construye desde el montaje como herramienta de denuncia, donde la cineasta organiza testimonios, documentos y silencios sin imponer jerarquías ni forzar conclusiones. La cámara observa y escucha sin intervenir, permitiendo que el relato avance con la crudeza de lo no resuelto. La estructura fragmentaria no busca cerrar la herida, sino evidenciar que el cine puede ocupar el lugar que las instituciones abandonaron.