
El desarrollo histórico del capitalismo impuso, ineludiblemente, el libre intercambio de bienes y servicios a nivel global, allende a las fronteras de los países desarrollados, por la necesidad de colocación de excedentes, tanto de producción como de capital, con las mínimas restricciones y barreras, porque el capital se ahogaría en su propio espacio y requirió su expansión en todo el orbe.
Las decisiones individuales en materia arancelaria por parte del presidente Donald Trump, demuestran la decadencia económica y política de los Estados Unidos como la nación preponderante que emergió al concluir la segunda guerra mundial y posterior a la caída del bloque socialista a inicios de la década de los años noventa del siglo pasado. Con esos acontecimientos la historia no concluyó, occidente nunca comprendió, ni comprende, el desarrollo de la sociedad humana.
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Con el Consenso de Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) en los años ochenta del siglo pasado y la crisis de la deuda externa, se obligó a los países subdesarrollados a reducir al mínimo posible las restricciones arancelarias y la regulación tanto a las importaciones como a la inversión extranjera directa de capital, además de la contención salarial para menores costos de producción y más ganancias, entre otras estrategias.
Hoy los impuestos a importaciones provenientes de todos los países, aliados o no, a la Unión Americana muestran su debilidad económica.
Occidente no previó que la expansión del capital iría, con el tiempo, en detrimento de sus economías, del empleo y el ingreso agregado de su población.
Casi cincuenta años después, los efectos nocivos están a la vista, por ejemplo, según la agencia France 24 (25-01-23), 65% de la población de Estados Unidos sobrevive al día, sin capacidad para enfrentar contingencias de corto plazo.
En términos generales, las grandes empresas corporativas desde hace décadas decidieron migrar sus inversiones a espacios con menores costos de producción y desregulación económica (he ahí a Detroit, otrora una de las ciudades más importantes de la industria automotriz a nivel mundial, hoy casi una ciudad fantasma).
Aranceles a diestra y siniestra para hacer grande a los Estados Unidos nuevamente (“Make America great again”), es un reconocimiento tácito de que, en efecto, ya no son el país más poderoso del mundo.
El libre comercio no tiene retorno. Los efectos nocivos de los aranceles se presentarán tarde o temprano tanto, en su economía como en la economía global: aumento inflacionario e incremento de tasas de interés, por tanto, reducción de la inversión y desempleo.
El mundo transita a la multipolaridad quiéralo o no la administración Trump.
No se debe incurrir en contra del impulso natural del capital, sino más bien aprovechar sus oleadas de ascenso para favorecer del desarrollo de las naciones, como lo muestra el crecimiento económico y el desarrollo social de China y el grupo BRICS, con su positivo impacto cooperativo en otros países.
Restricciones a las importaciones son estrategia política de posicionamiento en el mundo en transición, lo cual no redundará en más poder económico imperial para los Estados Unidos, sino al contrario, su tendencial decadencia en todos los ámbitos del concierto internacional.
Con la excusa del fentanilo -que distribuyen mafias estadounidenses intocables-, noventa días de prórroga arancelaria para México es presión política para efecto de renegociar un nuevo tratado comercial en el próximo año 2026, es decir que el T-MEC actual está dinamitado y sin sanción alguna para su destructor por parte de la Organización Mundial del Comercio ni por tribunales internacionales en la materia.
Como ya sucede, al tiempo los países construirán nuevas relaciones comerciales y financieras más estables, que les permitan el impulso de sus economías y el desarrollo para su población.
¿Reposicionamiento político y económico del imperio?, no, en todo caso su decadencia, o la transición al mundo multipolar.