
No hay más: si el salario es mínimo, la canasta es básica. Mínimo y básico son conceptos de tipo cualitativo-valorativo que se usan en contextos sociales, éticos y económicos diversos. Lo básico se refiere a lo esencial, a lo elemental, a lo necesario, a lo indispensable, a lo fundamental, a lo primario. Lo mínimo es el nivel más bajo permitido según la necesidad, y tiene que ver con lo ínfimo, lo minúsculo, lo insignificante, lo pequeño.
Son conceptos que apelan a lo necesario para preservar, según los estándares sociales, la idea de la dignidad humana. Considero que es todo lo contrario, sobre todo cuando se apela a la regla de oro: lo que no quieras que hagan contigo, no lo hagas con los demás.
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Precisando: cuando hablamos de la canasta básica, la acepción nos coloca en el área de las necesidades básicas, es decir, de aquellas que deben consolidarse para evitar las condiciones de pobreza, a saber; agua, salud, vivienda, educación y, por supuesto, alimentación. En concreto, es uno de los conceptos más relevantes en el análisis de la economía doméstica y la medición de la pobreza. Aunque su composición puede variar según el país y el contexto económico, su función esencial es la misma: establecer un umbral para evaluar el nivel de vida y orientar políticas públicas.
La canasta alimentaria se enfoca en cubrir las necesidades calóricas mínimas, mientras que la no alimentaria incluye ropa, vivienda, educación, transporte, entre otros. Desde una perspectiva económica, la canasta básica actúa como instrumento de medición de inflación y poder adquisitivo. Cuando los precios de los productos de la canasta aumentan más rápido que los ingresos de la población, se genera una pérdida del poder adquisitivo, especialmente en los sectores más vulnerables. Esto puede derivar en inseguridad alimentaria, endeudamiento familiar y mayor desigualdad, que es lo que seguimos viviendo, a pesar de las políticas públicas que se han realizado para salir de la pobreza.
El maridaje de la canasta básica lo representa el salario, en el caso de casi la mitad del pueblo mexicano, el mínimo. El salario es parte también de lo que se conoce en la Constitución como derechos sociales. En el artículo 123, fracción VI, se afirma que es el monto que debe percibir diariamente toda persona que realiza un trabajo personal y subordinado, a efecto de satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de sus hijos. Juzgue usted: de ahí que se le haya llamado peyorativamente “salario de subsistencia”, no se requiere profundizar en el tema. Más claro, ni el agua.
Nada más cercano a lo que nos cuenta Bernard Mandeville (1714) en “La Fábula de las Abejas”, donde pervive una colmena habitada por abejas egoístas y ambiciosas. Recuerda aquella famosa frase de “administraremos la abundancia”, de José López Portillo en 1976, o la expresión donde de Alexander von Humboldt en el siglo 19 se refiere a México… pues a la fecha. A pesar de los vicios –corrupción, engaño, lujo y excesos–, la colmena florece económicamente; sin embargo, como en la narración del científico, el día menos pensado la colmena colapsa y las abejas acaban en la más inclemente pobreza. Desde que tengo uso de razón, hemos vivido en el contexto de “La Fábula de las Abejas”.
Seguimos en las mismas, a pesar del alza salarial del 12 por ciento en 2025 –donde hablamos de un salario mensual aproximado de 8 mil 300.00 pesos– la canasta básica sigue resultando poco accesible. Ahí es donde, en este momento, nos encontramos. Con todo y que el Coneval afirma que, entre 2018 y 2024, 10 millones de mexicanos salieron de la pobreza; el Banco Mundial (2025) reporta que en 2024 en nuestro país había cerca de 46 millones de personas en pobreza; el Inegi habla de un 36.3 por ciento. Lo cierto es que el 64.7 por ciento de la población no puede cubrir la llamada canasta básica con sus ingresos laborales.
Volvemos otra vez al punto de inicio: canasta básica (entre 736.70 y 949.75 pesos), canasta básica alimentaria (1963.94 pesos), salario mínimo (278.00 pesos por día), con una inflación de 3.55 por ciento, según Inegi, en la primera quincena de julio de 2025. La conclusión es simple: el salario mínimo no alcanza para la canasta básica.
En nuestro país, la dinámica del salario mínimo y la canasta básica han sido y son parte de un juego perverso, donde la Responsabilidad Social Empresarial y el Estado siguen sin conectar, independientemente de las alzas salariales que se han vivido a partir de 2018, cuando el salario andaba por los 88 pesos diarios, y que hasta el 1 de enero de 2025 llegó a un 12 por ciento de crecimiento con respecto a esos tiempos.
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Está más que claro: nunca será suficiente ningún salario en un país donde la injusticia ha campeado y campeará permanentemente. La incoherencia de quienes justifican y designan los salarios y los precios siempre ha sido notoria; la desigualdad y la pobreza son la evidencia más contundente. Para los dueños de los medios las utilidades nunca serán suficientes, mientras que para los gobiernos la insensibilidad es la marca de la casa. Atendiendo a las odiosas comparaciones ¿Cómo le han hecho otros pueblos para armonizar el mercado, la dignidad humana y la justicia social?
La canasta básica representa mucho más que una lista de productos. Es reflejo de la equidad en una sociedad. En tiempos de inflación, crisis y desigualdad, defender el derecho a una canasta básica suficiente y asequible es defender el derecho a vivir con dignidad. En cuanto al tema del mínimo, para quienes sólo piensan en utilidades y ganancias –en el marco de un mercado voraz– debe quedar claro que un país no sé mide sólo por la producción que realiza, sino también por el reparto –lo más justo posible– de los bienes producidos por el conjunto de sus ciudadanos.
El salario es sinónimo de bienestar y de la capacidad adquisitiva que un individuo tiene; sin lugar a duda, del ejercicio pleno de sus derechos fundamentales, particularmente la igualdad y la libertad. Así las cosas.