
“Cuando las notas de ‘Las Golondrinas’ se escucharon en la Plaza Armillita aquella tarde de agosto, sabíamos que se cerraba el telón de una vieja tradición.”
El próximo 29 de agosto se cumplirán diez años desde la última corrida de toros en nuestra ciudad. Aquel evento estuvo protagonizado por los novilleros Román Martínez y Ángel Escobedo, quienes lidiaron novillos de la ganadería Valle de la Gracia de Fernando Lomelí García, festejo promovido por el empresario Armando Guadiana Tijerina.
Fue una tarde cargada de nostalgia, donde se sintió la tristeza en todos los presentes. Sabíamos que no volveríamos a presenciar una corrida en una ciudad, cuya historia data por lo menos tres siglos. Durante el último novillo, de manera espontánea, se dejó escuchar la triste melodía de “Las Golondrinas”.
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Después de este suceso la batalla legal creció entre el empresario Armando Guadiana y quien se empeñó en acabar con una de las tradiciones más arraigadas del público saltillense y todo por una disputa política.
Hoy, una década después, el recuerdo de aquella melodía parece que se escucha en el graderío y ruedo de la Plaza Armillita, hay despedidas marcan no solo el final de una época, sino el silencio de una cultura que durante siglos dio vida, gloria, carácter y alma a nuestra ciudad.
LA LLEGADA DE LA FIESTA DE LOS TOROS
La tradición llegó de España y echó raíces profundas en el Nuevo Mundo. En 1526, Hernán Cortés mencionó en su Quinta Carta de Relación la celebración de festejos taurinos en la Ciudad de México a su llegada de las Hibueras, hoy Honduras. Un año después, su primo Juan Gutiérrez de Altamirano introdujo desde Navarra las primeras reses bravas al continente americano, fundando la célebre hacienda de Atenco en Lerma, Estado de México. Atenco, que en náhuatl significa “junto al río”, es considerada la primera ganadería de lidia en América.
Para 1529 se celebraba la primera corrida formal en la Plaza Mayor de la antigua Tenochtitlan. Durante el siglo XVII, el toreo se expandió por las principales ciudades del virreinato. Lo que comenzó como un arte caballeresco pronto se volvió popular, con mestizos e indígenas participando en las fiestas patronales o celebraciones que se daban casi con cualquier pretexto. Esta tradición no tardó en llegar al norte de la Nueva España, desde la llegada del ganado mayor en 1608, aquí en la villa de Santiago del Saltillo adoptó los festejos taurinos como parte esencial de su vida social, económica y religiosa.
Corrida de toros en 1910.
LOS PRIMEROS TOROS EN SALTILLO
El Archivo Municipal de Saltillo resguarda numerosos documentos que testimonian la estrecha relación entre sus habitantes y los toros. Uno de los más antiguos data del 11 de septiembre de 1688, cuando Nicolás Gutiérrez de Lara, vecino del Nuevo Reino de León, demandó a Diego Rodríguez por el pago de un adeudo derivado de la venta de toros.
A partir de esa fecha, los registros se multiplicaron exponencialmente, revelando una práctica constante y profundamente arraigada en la vida cotidiana de la región. Estos documentos evidencian que los toros no solo constituían una fuente vital para el sustento y el consumo de carne, sino que también desempeñaban un papel protagónico en la celebración de festejos taurinos, iniciando así, el ritmo social, económico y cultural de la comunidad saltillense.
LA PRIMERA CORRIDA FORMAL
Se celebró el 3 de septiembre de 1712, cuando el Justicia Mayor emitió un edicto ordenando cercar la plaza, hoy Plaza de Armas, para lidiar toros en honor a la llegada del gobernador y capitán general de Nueva Vizcaya, Antonio de Deza y Ulloa. Los vecinos armaron un ruedo improvisado para correr y conducir los toros por el antiguo callejón del toro, hoy calle Castelar, hasta la parte más plana de la plaza principal.
En aquellos tiempos, las corridas trascendían el mero espectáculo: constituían una obligación cívica ineludible. Cada vez que nacía un monarca en España, llegaba un virrey o se celebraban las fiestas del Apóstol Santiago, que sigue siendo el patrono de la ciudad, las autoridades publicaban bandos ordenando a los vecinos participar en el armado del entablado. Con madera, cuerdas y la mano de obra de toda la comunidad, se levantaba el escenario donde se desarrollaría este ritual que unía devoción, celebración e identidad.
LA ÉPOCA DE LOS REMATES
Durante el siglo XVIII se volvió común el “remate de las tablas”: el Ayuntamiento emitía pregones por las calles convocando a postores que competían por el derecho de construir y explotar la plaza durante las fiestas patronales. Estas subastas atraían a carpinteros, comerciantes y empresarios que ofrecían dinero a cambio del uso de la plaza durante los días festivos, que podían extenderse de 10 a 30 días.
Los preparativos incluían la construcción de cercados, la contratación de toros y toreros. Felipe Calzado, un proveedor habitual, ofreció en 1792 veinticinco reses a ocho pesos cada una, confirmando que existía una red ganadera regional capaz de abastecer estos festejos con reses criollas o las llamadas de media casta.
En 1784, José Fernández solicitó al cabildo permiso para organizar las corridas de ese año, señal inequívoca de que ya existían empresarios prestos a organizar los ya esperados festejos. Un año después, el alcalde Juan Antonio González Bracho narró un incidente en el que un cabo intentó colear un toro durante la fiesta, desobedeciendo al alguacil, encargado del orden en la plaza pública. Estos hechos demuestran no solo el carácter festivo y entusiasmo popular, sino también los conflictos de autoridad para mantener el orden durante las populares corridas de cada año.
EL ESFUERZO POR UNA PLAZA PERMANENTE
Para terminar el armado de los ruedos improvisados, en 1841, una comisión de ciudadanos propuso establecer una plaza de toros fija en los terrenos de las casas consistoriales del desaparecido pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, en la esquina de las calles La Estación (hoy Allende) y Las Barras (hoy Pérez Treviño).
En enero de 1843, se eligió un terreno propiedad de José María Salas, quien lo intercambió por una esquina de propiedad municipal. En febrero se firmó el contrato con los toreros Polinario Ávila y Juan García, presumiblemente los primeros toreros profesionales de Saltillo, para realizar ocho corridas en la nueva plaza de San Esteban, ubicada en el extenso atrio frente al templo del mismo nombre.
LA GUERRA INTERRUMPIÓ LA FIESTA
El conflicto armado entre México y Estados Unidos (1846-1848) interrumpió bruscamente el ritmo festivo que se había celebrado durante más de 150 años en la famosísima feria de Saltillo. Las tropas invasoras causaron importantes destrozos y la vida pública se vio truncada por la presencia del ejército estadounidense.
Sin embargo, al concluir la invasión, el Ayuntamiento organizó de inmediato una corrida de toros como primera acción para reunir fondos y reparar los daños ocasionados por los invasores. Una vez más, como había ocurrido en otras ocasiones difíciles, los toros se convirtieron en el medio para reconstruir la ciudad, demostrando que esta tradición no era solo entretenimiento, sino un pilar fundamental de la vida comunitaria saltillense.

Anuncio de novillada en Saltillo.
LAS SEDES DE LOS FESTEJOS:
LA PLAZA REAL, HOY PLAZA DE ARMAS
Desde principios del siglo XVIII, la Plaza Real fue el escenario primigenio de los festejos taurinos. Allí se montaban rudimentarios ruedos con palos y sogas que convocaban al pueblo entero: ricos, pobres, religiosos, comerciantes y soldados compartían el mismo espacio festivo. Durante las celebraciones, los vendedores ofrecían comidas, aguas frescas y tejuino, una popular bebida fermentada de maíz que refrescaba, como siempre el exceso embriagaba a los más empedernidos.
LAS PLAZAS IMPROVISADAS
El plano de 1836, levantado por el cuerpo de ingenieros del ejército que comandaba Santa Anna, registra la Plaza de Toros del Carmen, ubicada en la esquina de las actuales calles General Cepeda y Aldama. En 1844 se informó que la plaza permanente o fija se construiría en la huerta de la casa de Abal, cosa que tampoco se llevó a cabo. También existió un lugar para los festejos taurinos en los terrenos en El Calvario, al norte de la ciudad, pero su lejanía terminó por desanimar a los aficionados.
PLAZA DE TOROS DE TLAXCALA
En 1849, Saltillo estrenó su primera plaza permanente, honrando a los antiguos pobladores tlaxcaltecas y se erigió donde hoy se encuentra el Mercado Juárez. Allí se celebraron decenas de corridas hasta su demolición en 1896.
EL TÍVOLI
En la esquina de Victoria y Purcell, frente a la Alameda, funcionó una plaza pequeña llamada El Tívoli. En ese recinto operó una escuela taurina dirigida por Saturnino Frutos “Ojitos”, en un terreno que pertenecía a don Jesús de Valle de la Peña, exgobernador de Coahuila y padre del escritor Artemio de Valle Arizpe.
PLAZA DE GUADALUPE
La más querida por la afición saltillense fue la Plaza de Guadalupe. El 6 de agosto de 1897, José María Rodríguez solicitó al Ayuntamiento intercambiar un terreno de su propiedad por otro en la plazuela de Guadalupe para construir una nueva plaza de toros.
Inspirado en el modelo de la plaza del barrio de Tlaxcalilla en San Luis Potosí, el ingeniero Santiago Rodríguez diseñó una plaza funcional. Los trabajos avanzaron con rapidez gracias a albañiles como don Severiano Valverde, quien colocaba hasta quinientos adobes por día. Para 1898, el coloso estaba terminado: tenía capacidad para 4,000 personas, con graderías de once niveles distribuidas en zonas de sol y sombra.

Las corridas de toros punto de encuentro de todos los estratos sociales en un mismo sitio. Corrida 1921.
La plaza fue inaugurada el 15 de noviembre de 1898 con un cartel que presentó a Diego Prieto “Cuatro Dedos” y Diego Rodríguez “Silverio Chico”, lidiando toros de la prestigiosa ganadería de Guatimapé.
Ubicada en lo que hoy son las calles Manuel Acuña y Álvarez, allí torearon figuras legendarias como Manuel Cervera Prieto, Silverio Chico, Silverio Grande, Juan Antonio Cervera, Nicanor Villa “Villita”, el torero español Antonio Fuentes, Rodolfo Gaona, Juan Silveti, Lorenzo Garza, Luis Freg y los hermanos Armillita.
A fines de los años cuarenta del siglo pasado, la Plaza de Guadalupe mostraba signos evidentes de deterioro. El empresario Gabriel Ochoa Aguirre compró el terreno en 1948 y presentó un ambicioso proyecto de remodelación que incluía viviendas bajo las gradas. Sin embargo, la aparición de la Plaza Armillita, inaugurada en marzo de 1949, cambió completamente los planes. Los empresarios apostaron por la novedad y el proyecto fue cancelado.
NO ES CASUALIDAD
La fiesta brava es un espejo de la transformación de una sociedad que encontró en ella un espacio para celebrar, encontrarse y reconstruirse. Saltillo tiene una razón especial para sentirse orgulloso de su tradición taurina: fue cuna de Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico”, reconocido incluso por los españoles como el mejor torero de todos los tiempos.
Hubo un tiempo en que el sonido de parches y clarines rompía el silencio de la ciudad, donde los convites de sociedad atraían a una experiencia única, un viaje de emociones entre la vida y la muerte.
Hoy, cuando el sol cruza por donde antes se alzaban las plazas, otras costumbres ocupan el domingo saltillense. Queda la memoria de aquellos que vivieron la magia. En algún lugar de la memoria colectiva permanece el eco de aquellos días en que la muerte y la belleza danzaron juntas, cuando Saltillo fue, por unas horas cada domingo, el centro del mundo. Saltillo aprendió a ser grande en aquellos ruedos de arena, y esa grandeza, silenciosa pero indeleble…
¿POR QUÉ?
Porque algunas cosas nunca mueren del todo, solo esperan el momento exacto para volver a despertar. Porque la tauromaquia no se olvida: se lleva dentro, como una herida que nunca cicatriza y sirve para recordar esos días de gloria, porque a los toros no se va a divertir, se va a emocionar, porque la Fiesta de los Toros sigue latiendo en cada rincón y en los corazones de los verdaderos aficionados.