
Hace poco se publicó la clasificación de las mejores cocinas del mundo 2025, de Taste Atlas. Basándose en poco más de 477 mil evaluaciones de aproximadamente 15 mil platillos, se determinó que la mejor cocina es la griega, seguida de la italiana, con la mexicana en tercer lugar. Yo disiento.
Hace poco estuve en Puebla y, desde luego, degusté el clásico platillo por el que los historiadores siguen debatiendo acerca de si se inventó en tiempos prehispánicos, conocido como mulli, que significa “mezcla” en náhuatl; o si fue sor Andrea de la Asunción quien lo inventó, para honrar la visita del virrey de la Nueva España, cocinando un platillo que mezclara las cocinas mexicana y española (cuarta en el ranking, por cierto), cuyo delicioso olor provocó que las monjas rompieran su voto de silencio: el mole.
Con todo esto en mente, el fin de semana me propuse continuar degustando platillos típicos, así que pedí, en un restaurante, una tampiqueña. Mentalmente, comencé a anticipar el aroma de la jugosa carne asada y la combinación de sabores de la enchilada roja rellena de pollo deshebrado, las rajas ahumadas, el guacamole con un toque de limón y los frijoles refritos.
Mientras esperaba, y por respeto a los comensales, cogí mi teléfono para silenciarlo, no sin revisar rápidamente las últimas noticias, antes de desconectar. Entonces, pasó. Leí la noticia de Zainab Abu Halib, una bebé de cinco meses que, habiendo pesado más de tres kilogramos al nacer, falleció por inanición, pesando menos de dos.
La nota describía cómo el pediatra había quitado con cuidado su playera con estampado de Mickey Mouse, al tiempo que su madre la besaba por última vez, entre sollozos. Recordé de golpe la frase que me dijo hace décadas el profesor Carlos de la Isla: “Basta con que llore de hambre un niño en cualquier barraca del mundo, para poder estar seguros de que todo sistema está en quiebra”. Zainab vivió brevemente en Gaza, lejos, pero temo que todos la dejamos morir.
Ella es una de los 85 niños que fallecieron allá, tan sólo en las últimas tres semanas, por desnutrición, y nosotros los dejamos morir. En el mundo hay suficiente comida para nutrir a todos los habitantes del planeta, pero diariamente mueren aproximadamente siete mil niños menores de cinco años por hambre. Ya sea por incompetencia, indolencia o ambas cosas, pero los estamos dejando morir.
Nosotros, la especie más inteligente del planeta, seguramente de la Vía Láctea y probablemente de todo el universo observable, fuimos incapaces de evitar que Zainab muriera, y sólo necesitaba una fórmula especial para bebés. En este punto, discutí con la memoria de mi profesor: “Es la especie que deja morir a sus prójimos de hambre la que está en quiebra”.
El platillo vernáculo llegó. Quise dispensar a los demás de lo que me acababa de ocurrir, así que, discretamente, guardé el teléfono y, aunque se me aguaron los ojos, esbocé la sonrisa más amablemente hipócrita que pude. Si está pensando que dejé el platillo intacto, voy a decepcionar su expectativa, porque comí hasta el último bocado y con cada uno fui anhelando en silencio haber tenido la oportunidad de sacrificar el gusto y la saciedad que me estaban provocando, a cambio de Zainab, y aunque sepa que es perfectamente inútil, la recordaré cuando vuelva a comer una tampiqueña, por lo que me reste de vida. Espero que nos puedan perdonar.
MEDALLA
Israel otorga el título “Justo entre las Naciones” a las personas de confesión no judía que actúan con destacada humanidad. La medalla lleva una inscripción talmúdica que dice así: “Quien salva una vida salva al universo entero” (y viceversa, cabría recordar).