
Dicen que los viajes ilustran, pero lo que estos meses sí nos han ilustrado a todos es que la austeridad republicana sólo aplica para el Instagram de los votantes, porque del de los políticos de Morena y sus familias nadie les avisó que en el siglo XXI todo viaje deja rastros… y facturas.
Ya era tragicómico ver a los hijos de López Obrador, Andy (que no quiere que le digan Andy) y el (ya no tan) chiquito Jesús Ernesto posando en las capitales del mundo imperial, luciendo hoteles donde el check-in se hace con un doctorado en economía neoliberal: cinco estrellas mínimas, comida gourmet, boutiques de marca, tipo Prada y similares. A ellos lo único que les falta es anunciar con elegancia: “Sí, critiqué, pero el lujo es bienvenido cuando viajo yo”. Absorber cultura es importante, muchachos, pero lo de absorber congruencia parece que ni con WiFi ultrarrápido se les pega.
Pero no están solos en este tour deluxe: a Miguel Ángel Yunes, por ejemplo, lo pescaron bronceándose en Capri, Italia, bebiendo champaña de 2,000 euros, comiendo langosta y escuchando mariachis rodeado por las preciosas vistas de la bahía. La reserva: unos cuantos miles de euros por noche. Porque nada dice “aliado del pueblo” como gastar lo de media beca presidencial en una botella de burbujas.
Ricardo Monreal, otro icono de la “humildad ilustrada”, decidió pasar su aniversario de bodas en uno de los hoteles más exclusivos de España. Tanto ruido hizo el asunto que la propia presidenta Claudia Sheinbaum tuvo que recordarle públicamente que el poder se ejerce con humildad y no desde la suite presidencial —y eso después de que Monreal intentó aclarar (sin éxito) el origen de sus recursos y el verdadero precio de su estadía.
Por su parte, Mario Delgado no se pudo quedar atrás y también fue “cachado” en un lujoso hotel de Portugal. Eso sí, aclaró que todo fue con sus recursos y sin descuidar sus responsabilidades… y, sobre todo, sin dejar de compartirlo en redes, porque estas cosas no cuentan si nadie te ve beber tu vino de 10,000 pesos.
El colmo de la ironía lo encontramos en Fernández Noroña, de viaje a París y Estrasburgo, volando en clase ejecutiva y con cuentas tan detalladas y legítimas como sus argumentos en tribuna. Las facturas están ahí, el Senado pagó parte, Noroña puso la diferencia, y el pueblo… bueno, el pueblo paga todo lo que haya que pagar. Pero que no lo acusen, que indignarse es su hobby favorito cuando alguien más se sube al avión de lujo.
Y en este desfile de pasaportes y credenciales doradas, mientras se repiten los discursos de “transformación”, la presidenta Claudia Sheinbaum tiene que estar haciendo malabares para recordarles a todos que lo suyo debe ser vivir con humildad, sin excesos, mientras los suyos se dan la gran vida tras bambalinas o, peor, en historias de Instagram.
A estas alturas, queda claro: los viajes ilustran, pero lo único que nos están dejando claro estos políticos es que la lección de congruencia la reprobaron. Y que esconder la vida de reyes es mala estrategia en un mundo donde hasta el conserje de un hotel italiano puede filtrar el precio del vino y traerte un trending topic de regreso. ¡Hasta el siguiente round de “transformados”, compañeros! Puede que la siguiente vez sí logren pasar desapercibidos. O, si les da pereza, al menos pónganse un filtro de austeridad… aunque sea en las fotos. Porque los viajes ilustran y nos ilustran (así sea sobre el doble discurso y la doble moral de algunos políticos de nuestro país…).