
“Yo tengo alguna experiencia con estas cosas”, afirmó la presidenta Sheinbaum el pasado 12 de julio, durante la inauguración de un hospital en Guaymas, Sonora, haciendo referencia a los últimos aranceles anunciados por Donald Trump. “Ya nos ha tocado varios meses, y pienso que vamos a llegar a un acuerdo”, aseguró con confianza.
La frase se repetiría un poco más tarde, al inaugurar otro hospital en Ensenada, B.C. “Es muy importante que todas y todos los mexicanos sepan que nunca vamos a negociar nada que vaya en contra del pueblo de México”, declaró en la ocasión. El anuncio de los aranceles no había tomado por sorpresa a la mandataria mexicana, quien fue informada al respecto desde el día anterior por el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, mismo que lo había escuchado de primera mano el día anterior durante la instalación de la mesa negociadora en Washington. “México ya está en negociaciones”, afirmaría el funcionario. “Resulta muy relevante haber establecido, desde el 11 de julio, la vía y el espacio necesarios para resolver cualquier posibilidad de que entren en vigor dichos aranceles el 1 de agosto”, aseguró en un comunicado difundido por sus redes sociales.
La vía y el espacio de negociación habían quedado establecidos, en efecto: unas horas después, el comandante de la 30ª Zona Militar se encargaría de filtrar la existencia de una orden de aprehensión, por nexos con una de las bandas criminales más sanguinarias del país, en contra del exsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana de Tabasco, Hernán Bermúdez. Un funcionario aún prófugo, designado a su cargo por el entonces gobernador de la entidad: un mandatario dudoso, que después ocuparía la titularidad de la Secretaría de Gobernación e incluso se atrevería a soñar con la Presidencia de la República con una campaña que le granjeó más enemigos que lealtades. La titular del Ejecutivo es otra, sin embargo, y no sólo cuenta con una aprobación nunca antes vista, sino que además tiene alguna experiencia en estas cosas: Adán Augusto López habría de pasar, en un instante, de considerarse corcholata in pectore a entender que su función no ha sido otra que la de un simple fusible a final de cuentas desechable. Un fusible cuya única función es extinguirse cuando la tensión ha llegado a ser demasiado elevada.
La ofensiva ha sido brutal, y su precisión milimétrica. Adán Augusto no supo cómo responder ante la prensa que en algún momento le fue leal, y trató de esconderse —como en otras ocasiones— confiando en que las olas habrían de amainarse. La ofensiva estaba en marcha, sin embargo: tras el pasmo inicial —y presumiblemente tras recibir instrucciones desde el palacio virreinal— los medios oficialistas se ensañarían haciendo leña del árbol caído con una virulencia a la que la oposición jamás supo atreverse. La Presidenta lo empujó a dar la cara en su conferencia matutina, y el senador se presentaría al Consejo Nacional de su partido con la cola entre las patas: sus seguidores pretendieron fingir un apoyo unánime para el senador, pero los asistentes se encargarían de desmentir la existencia de algún tipo de respaldo institucional a quien está punto de convertirse, de simple fusible, en un chivo expiatorio. El desmentido mayor vendría de las ausencias inexplicables.
“Yo tengo alguna experiencia con estas cosas”, aseguró la presidenta Sheinbaum tras recibir el ultimátum de Trump: las fotografías vergonzantes de quienes le han estorbado, y podrían hacerlo en el futuro, llegarían poco tiempo después. “Uno de los principios fundacionales de nuestro movimiento es muy claro: no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, afirmó la mandataria tras la debacle desde Tlalpan, su territorio más entrañable. Su propio barrio. “Quien no esté dispuesto a vivir en la justa medianía se equivoca de proyecto”, concluyó tras el cuestionamiento sobre el tal Andy y sus recientes andanzas en Japón. La vía y el espacio de negociación —deberían entenderlo— han quedado más que establecidos. Y ellos, como nadie más, ahora son parte del trato.