
lunes 28 de julio de 2025
En un contexto donde la redención se presenta como uno de los grandes temas del cine, Lolita (2025), del director mexicano Jorge Xolalpa, ofrece una nueva mirada sobre el camino de reconstrucción de quienes han vivido al margen. Estrenada en el Festival de Cine de San Antonio, la película sigue los pasos de Jesús, interpretado por Alexis Vázquez, un hombre gay que regresa a la sociedad tras cumplir una condena de nueve años por delitos vinculados al consumo de drogas y la prostitución. Su objetivo es claro: recuperar a su hija y llevar una vida que, para otros, sería cotidiana, pero para él se vuelve un desafío monumental.
Ambientada en los barrios obreros de Los Ángeles, la película construye un retrato íntimo y honesto sobre las segundas oportunidades. La ciudad funciona como un personaje adicional, escenario de los múltiples obstáculos —sociales, económicos y afectivos— que enfrenta Jesús. El guion, apoyado en diálogos intensos y profundamente humanos, evita caer en el trazo grueso y apuesta por el detalle: las conversaciones con su hermano, con el oficial de la condicional, con la terapeuta, o con el joven con el que inicia una nueva relación amorosa, son el eje del relato.
Eric Roberts, en el papel de un policía desencantado, ofrece un contrapunto que enriquece el arco narrativo y pone en juego una pregunta recurrente: ¿es posible establecer empatía y confianza en un sistema que tiende a la exclusión? La interacción entre ambos revela los matices de una película que apuesta por mostrar sin juzgar, por complejizar donde otros estereotipan. La dirección de Xolalpa encuentra en la austeridad de recursos un estilo visual sobrio, funcional y poético, que potencia el relato sin desviar su foco principal.
La música original de Ralf Lichtenberg y una canción compuesta especialmente por Regina del Carmen amplifican las emociones sin subrayarlas, acompañando con sensibilidad una historia que evita los excesos autorales y el artificio narrativo. Lolita propone así una mirada sincera sobre la paternidad, la identidad sexual, la reinserción y la resiliencia, inscribiéndose como una obra comprometida con los cuerpos y relatos desplazados del cine hegemónico. Más que un relato sobre el perdón, es una afirmación de la dignidad como acto político.