Pocas cosas son tan lamentables como el darnos cuenta que nos hemos acostumbrado a lo ominoso y lo siniestro, a restarle la importancia a todo aquello que nos resulta incómodo, lejano, que aparentemente se encuentra más allá de ese pequeño mundo que nos define. Nos hemos familiarizado a la constante presencia de noticias llenas de horror que nos remiten a muchas preguntas, cuestionamientos, acerca de nuestro papel como sociedad. La tragedia y la barbarie parecen ser las constantes en una realidad que, ante nuestra impasible e indiferente mirada, se topa de frente con el espejismo que se ha afanado en construir la llamada Cuarta Transformación.
Hace unos cuantos días –que, en términos de lo que ocurre en nuestro país, parecen meses– apareció una nueva imagen que quiebra la respiración y nos envuelve en ese desasosiego que nos produce el horror. Sólo las plumas periodísticas o la literatura más fina podrían describir aquello que se desborda en la imagen: poco se puede agregar a la figura de una mujer secuestrada y sometida por varios miembros del crimen organizado, apenas articulando unas palabras que se reconocen con cierta facilidad, pues son el mensaje que resuena y hace eco en todo el territorio nacional. Ella se llamaba Irma Hernández, quien además de ser una profesora jubilada, también se dedicaba a conducir un taxi. Sí, una mujer que trabajaba para intentar vivir de una manera más digna, como lo hacen miles de personas que día con día sostienen una búsqueda que está más allá de cualquier programa social o promesa política.
Hoy sabemos que la muerte de la profesora Irma también se ha convertido en un escalón más para elevar los niveles de cinismo que se respira entre la cortesilla política. La declaración de Rocío Nahle, gobernadora de Veracruz, a una radiodifusora local parecería sumarse a esos magros intentos por restar el impacto de la trágica noticia: “En una media choza, lamentablemente estaba el cuerpo de la maestra, (…) fue violentada la maestra, nos están indicando los forenses, que parece ser que a raíz de esta violencia le dio un infarto…”. No se debe perder de vista que las causas de la muerte de la profesora Irma, al final, son consecuencia de aquello que el crimen organizado dispone con total impunidad y libertad en nuestro país.
Y, sin embargo, resuenan los aplausos, hacen eco los vítores, se replican los discursos y vuelven a colocarse en primer plano los cantos victoriosos del oficialismo pues han encontrado el hilo invisible con el que se zurcen las soluciones más necesarias: se propone una nueva ley en contra de la extorsión. Quizá las frases de su antecesor ya no sean tan efectivas cuando planteaba que “no me vengan a mí de que la ley es la ley…”, pues ahora se trata de combatir uno de los delitos más comunes y frecuentes en las calles de nuestro país con precisamente aquello que ha sido ignorado y usado como repisa en las oficinas de muchas autoridades a lo largo de los años. Mientras la corrupción y la impunidad sean las sirenas que apelan a la codicia y la ambición de muchas y muchos que forman parte de la cortesilla política, la legalidad quedará como una lista de buenos propósitos. Ante esta simbiosis tan nociva para nuestra sociedad y la legalidad, ¡vaya situación!, también nos hemos acostumbrado.
No cabe duda que todo discurso triunfalista, toda estadística que habla acerca de los espejismos del actual régimen se topan con las imágenes y las voces de esa realidad que no se puede cambiar con el paternalismo de sus programas sociales ni la magia discursiva de un corifeo trasnochado que se ha desgarrado las vestiduras en defensa de dos esculturas y que, al parecer, no le ha llegado la noticia de lo que sucedió en el Veracruz de sus amores petroleros con la profesora Irma. Esa noticia no es relevante cuando lo importante es hablar de los chocolates y el café del Bienestar, las esculturas que simbolizan a una de las dictaduras más atroces de la actualidad. Mejor ni hablar de lo que sucede en Tabasco y que involucra a más de un conspicuo personaje del oficialismo: sí, una caja de Pandora que es otro de los rostros de aquello que le arrebató la vida a la profesora Irma. Y a tantas personas más en el país.
Que nos disculpen, pero algo no cuadra: mientras nos inundan con discursos triunfalistas y llenos de banalidad en todo espacio mediático, en la realidad –que no se limita a tan perniciosa retórica– la violencia sigue desbordándose ante nuestra mirada, una mirada paralizada y cada vez menos compasiva, acostumbrada al horror y al cinismo elevado a discurso gubernamental. Quizá por ello no son gratuitos los nuevos y recientes intentos por acallar a las voces críticas que subrayan sus incongruencias y la arrogancia del poder.
Y, por cierto, ¿alguien ha visto en dónde anda la llamada oposición? Claro, de vacaciones tomando un aperitivo en algún lugar de los jardines de Dinamarca.