
En Coahuila, la historia de las “soluciones definitivas” al drenaje pluvial de Saltillo parece un remake eterno: cada seis años, el mismo guion, mismos actores, mismos aplausos grabados. Hoy les traigo a la memoria el capítulo del 2014, cuando Rubén Moreira desfiló por Abasolo y La Fragua prometiendo que “con visión a largo plazo” (léase: hasta que termine su sexenio) dos tuberías mágicas acabarían con las inundaciones.
Decía el boletín de prensa ““el Gobernador Rubén Moreira, con visión a largo plazo, determinó la construcción del Drenaje Pluvial ‘Abasolo’ y ‘Lafragua’, que terminarán finalmente con tales problemas (las inundaciones al norte de la ciudad)”.
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Más de diez años después, los charcos del norte siguen siendo el espejo de nuestra clase política: superficiales, estancados y… llenos de basura.
Y es que, no es solo la lluvia: es la forma de gobernar. Por eso, el problema no se resuelve con una obra aislada. Las inundaciones reincidentes revelan tres omisiones encadenadas. Primera: abandono presupuestal. Las administraciones tratan el drenaje pluvial como gasto extraordinario, no como política pública permanente. Este año se anunció de emergencia la reasignación de 30 millones… para tapar baches provocadas por las inundaciones. Política reactiva, en lugar de planeación.
Segunda: permisividad urbana y conflicto de interés. Durante años se autorizaron fraccionamientos en cauces y zonas de riesgo. Hoy se promete que “ahora sí” ya no habrá permisos donde no deben. La pregunta es incómoda, pero obvia: ¿por qué antes sí los hubo? No muchos lo dicen, pero yo lo haré: cuando quienes firman permisos también participan del negocio inmobiliario, la planeación deja de ser un bien público y se convierte en un trámite a modo, con consecuencias que paga la población en general.
Tercera: la coartada de la “corresponsabilidad”. Cada tormenta reaviva el regaño oficial a la gente por tirar basura. Sí, la basura agrava, sin duda, pero no, la basura no explica el problema. Lo que explica es un modelo de ciudad que impermeabilizó el suelo, estrechó cauces y descargó agua donde no debía. Hoy hay viviendas, de fraccionamientos relativamente recientes, con lavanderías mal conectadas por diseño (¡y así les dieron permisos!), escurrimientos permanentes y pavimento que se deshace a diario. Eso no lo provoca una botella en la rejilla, sino un diseño fallido y tolerado.
Por eso, no debemos engañarnos: una “obra insignia” no sustituye a una política integral. Saltillo no se inunda por un arroyo, o ¡mucho menos! por una supuesta “casa tapón”; se inunda por una cuenca urbana mal gestionada.
Existen muchas cosas que se pueden hacer para ir resolviendo el problema, para tener una mejor ciudad para todos:
1.- Presupuesto multianual y etiquetado. Se debería crear una bolsa específica, municipal y estatal, para drenaje pluvial e infraestructura verde con metas a 3 y 6 años. Nada de “extraordinarios”. Que al menos un porcentaje fijo de la inversión pública anual se destine a esto y solo a esto.
2.- Moratoria total en cauces y zonas de riesgo. Con el Atlas de Riesgos en mano, se deben negar permisos donde toque, sin excepciones, como debió ser siempre. Y auditar lo ya construido y a quienes entregaron los permisos, priorizando siempre a los dueños de las viviendas que fueron muchas veces engañados por quienes les vendieron y obviamente, ni tienen culpa alguna.
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3.- Corrección de origen casa por casa. Programa masivo para conectar lavanderías y patios al sanitario donde haga falta, y acciones de corrección en fraccionamientos sin drenaje adecuado, y sin áreas inundables.
4.- Infraestructura verde como regla, no ocurrencia. Parques inundables, pavimentos permeables en avenidas nuevas y rehabilitaciones, zanjas de infiltración en fraccionamientos, revegetación en microcuencas y captación de azoteas en edificios públicos.
Se trata de medidas viables, que, ojalá, los gobiernos municipal y estatal tomen en cuenta. Porque rezar por que no llueva el próximo año, francamente, no es una política pública.