
El domingo pasado, tuvo lugar la segunda marcha contra la gentrificación. Partió de la estación del Metrobús Fuentes Brotantes —en la alcaldía Tlalpan— para tratar de llegar hacia el monumento a El Caminero.
Con la consigna de evitar se repitieran los destrozos ejecutados en la primera marcha, la manifestación fue acompañada por elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, provocando malestar en algunos asistentes por considerar ser un despliegue innecesario y una reacción excesiva de las autoridades.
La policía impidió se dirigieran al punto previsto para evitar el cierre de la autopista a Cuernavaca; por lo que el contingente decidió entonces enfilar hacia la Ciudad Universitaria, ya que según declaraciones de algunos manifestantes “ahí la policía no puede entrar”.
En camino hacia el campus universitario se destrozaron y vandalizaron algunos negocios e instalaciones del transporte público, todo frente a la inacción policial.
Al llegar al Centro Cultural Universitario, el llamado “bloque negro” —integrado por jóvenes encapuchados, bien entrenados— junto con otros manifestantes, causaron daños importantes a las instalaciones del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, vandalizaron una escultura de Rufino Tamayo y asaltaron la librería Julio Torri, para luego quemar libros.
Las autoridades de la Ciudad de México declararon que la policía no actuó por respeto a la autonomía universitaria.
Ante lo sucedido, es necesario precisar las implicaciones y alcances de la autonomía universitaria.
Se trata de un principio establecido en nuestra Constitución para otorgar una protección especial a la universidad pública, a fin de que pueda desempeñar con cabalidad la obligación y responsabilidad social de proporcionar a los estudiantes universitarios una educación superior de calidad.
Es una potestad, dentro del Estado, de la que pueden gozar algunas instituciones para autodeterminarse y regir su vida interior, a través de normas y órganos de gobierno propios.
La autonomía universitaria es un baluarte. García Ramírez la describía como “el oxígeno que respiramos los universitarios”. Pero, hay que subrayar que no puede ser vista como extraterritorialidad y mucho menos, ser pretexto de tierra fértil para la impunidad.
En el caso que nos ocupa, la policía venía custodiando la marcha; ya había presenciado destrozos y aun cuando era evidente que entrarían al campus universitario, decidieron no actuar y ser simples espectadores ante la flagrancia de la comisión de delitos y daños al patrimonio de todos los mexicanos.
Lamentable que una marcha contra la gentrificación que busca denunciar y frenar la brecha que desplaza a quienes no pueden pagar rentas excesivas, termine destrozando el patrimonio de una universidad donde 80% de sus estudiantes provienen de hogares de escasos recursos. Un sinsentido.
Habrá que estar atentos a que en esta ocasión la denuncia presentada por las autoridades de la universidad tenga verdaderas consecuencias; y no sea, como en el pasado, un incidente más que se pierda en el vacío.
Los daños no fueron producto de una manifestación ciudadana espontánea, sino del actuar del mismo grupo fascista que viene operando en toda la ciudad desde hace mucho tiempo con total impunidad.
La quema de libros recuerda la invasión de las fuerzas armadas de Franco, cuando invadieron el campus de la Universidad de Salamanca al grito de: “¡Muera la inteligencia!”
La barbarie y la agresión a la cultura representan el desprecio por el pensamiento crítico, la inteligencia y la difusión del conocimiento, que son en realidad la razón de ser de nuestra autonomía universitaria.
Como Corolario, la frase de Miguel de Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis”.
