
sábado 26 de julio de 2025
En su primer largometraje, Pierre Saint-Martin construye un relato que se mueve entre el thriller y el drama familiar, utilizando la masacre de Tlatelolco de 1968 no como epicentro narrativo, sino como una herida latente que define las motivaciones de sus protagonistas. La película indaga en las consecuencias prolongadas de la violencia estatal y evita el panfleto político para enfocarse en las fisuras psicológicas de quienes sobrevivieron al trauma.
Luisa Huertas interpreta a Socorro, una abogada septuagenaria obsesionada con vengar a su hermano asesinado. Su personaje, complejo y contradictorio, sostiene el peso emocional del filme al transitar entre la determinación y la fragilidad. A su lado, José Alberto Patiño encarna a Siddartha, un cómplice con pasado delictivo cuya relación con Socorro introduce instantes de humor negro que alivian la tensión sin diluir el trasfondo dramático.
El uso del blanco y negro funciona como una metáfora visual del duelo congelado. La fotografía de César Gutiérrez explota los contrastes para subrayar el aislamiento de la protagonista, mientras que los planos detalle y las siluetas evocan el cine negro clásico. La banda sonora, marcada por silencios y texturas sonoras, acompaña la progresiva sordera de Socorro, creando una experiencia sensorial que refuerza la dimensión emocional del relato.
El guion, escrito junto a Iker Compeán, equilibra la historia de venganza con las tensiones familiares y la crítica social, evitando discursos didácticos. Escenas como las clases de zumba en Tlatelolco, contrapuestas con imágenes de archivo de la masacre, evidencian la persistencia del pasado en lo cotidiano. Saint-Martin rehúye simplificaciones, dotando de matices tanto a víctimas como a victimarios.
Algunos personajes secundarios quedan poco desarrollados, y ciertos giros narrativos resultan previsibles. Sin embargo, la película logra reinventar la mirada sobre el cine de memoria histórica, optando por una protagonista mayor en lugar de los habituales jóvenes idealistas. De este modo, plantea interrogantes sobre qué significa hacer justicia en un sistema que ha fallado por décadas.
No nos moverán (2025) trasciende el contexto mexicano para hablar de duelos colectivos no resueltos. Su secuencia final, en la que Socorro enfrenta sus contradicciones, sintetiza la idea central: la venganza no siempre es un acto definitivo, sino un proceso de transformación interior.