
En el escenario de Oriente Medio despuntan nuevas certezas al lado de innumerables incógnitas. A partir del 7 de octubre de 2023, un poderoso huracán geopolítico demolió buena parte del statu quo regional, para dar lugar a una nueva realidad que no termina de configurarse. El ataque sorpresa de Hamás a Israel en aquella fecha desencadenó inevitablemente un efecto dominó de acontecimientos cuyos resultados no podían haber sido previstos ni por los más sesudos analistas políticos y militares.
Hoy, casi dos años después, es evidente que Gaza está bajo los escombros, su población sumida en una grave crisis humanitaria, y la tiranía de Hamás en estado de agonía, pero sin morir del todo, maniobrando para seguir en pie mediante el uso de sus civiles como carne de cañón. El gobierno israelí, por su parte, inspirado en principios ultranacionalistas y orientado por las necesidades y obsesiones del premier Netanyahu de conservar el poder a como dé lugar, sigue en pie de guerra dentro de Gaza, a pesar y en contra de la voluntad de tres cuartas partes de su población, que si bien en octubre de 2023 presentaba un consenso absoluto respecto a que no había otro camino más que responder militarmente a lo acontecido, se pronuncia actualmente por terminar ya con la guerra y llegar a un acuerdo político-diplomático que permita la devolución total de todos los rehenes israelíes en manos de Hamás.
En cuanto a otros miembros del vecindario y sus alrededores, es un hecho que para tres de ellos la situación ha cambiado radicalmente. Se trata de Líbano, Siria e Irán. Desde hace décadas Teherán fungía como el gran poder que movía muchos de los hilos de la política siria y de la libanesa en concordancia con su gran proyecto para borrar a Israel del mapa. Pero los sucesivos golpes militares exitosos que ejecutó Israel contra Irán en la reciente guerra de los 12 días y contra Hezbolá, de Líbano, el otoño pasado, aunado al derrumbe de la tiranía de Bashar al-Assad, dieron lugar a una nueva realidad.
Líbano, aliviado del poder desmedido que ejercía Hezbolá, parece empezar a resolver la crisis en la que ha estado sumido a lo largo del siglo. Ha logrado integrar un gobierno relativamente funcional y su ejército ha conseguido tomar control de buena parte de su territorio sureño que estuvo en manos de esa organización chiita a lo largo de años. A pesar de que Líbano sigue siendo un mosaico étnico religioso bastante complicado, el considerable encogimiento del poderío de Hezbolá ha abierto la puerta a mayor confianza en el reordenamiento del país y, por tanto, al arribo de apoyos e inversiones económicas muy necesarias, y tal vez a una eventual normalización de sus relaciones con su vecino israelí.
En el caso de Siria, la atmósfera sigue siendo incierta tras el derrumbe del régimen de Al-Assad. El pasado islamista radical de su nuevo presidente, Ahmed Al-Sharaa, continúa siendo motivo de escepticismo, a pesar de la buena acogida que tuvo por parte del presidente Trump, quien eliminó de golpe la mayoría de las sanciones que pesaban sobre Siria en razón de su larga alianza con el régimen de Teherán. Sin embargo, la credibilidad del nuevo gobierno de Al-Sharaa tuvo una de sus primeras pruebas con lo ocurrido hace una semana en la localidad drusa de Sweida, al sur de Siria.
Ahí se escenificó una brutal matanza de drusos por parte de beduinos sunnitas, matanza a la que se sumaron fuerzas gubernamentales al mando de Al-Sharaa. Ello provocó que tropas de Israel y centenares de drusos israelíes ingresaran al campo de batalla en defensa de los drusos sirios, hasta que finalmente, con la intermediación de Trump, la espiral de violencia se detuvo. Hace dos días el enviado norteamericano Tom Barrack sostuvo en París una reunión en la que dialogaron oficiales sirios e israelíes con la presencia del ministro para Asuntos Estratégicos de Israel, Ron Dermer, y el ministro de Relaciones Exteriores sirio Asaad al-Shaibani. De acuerdo con Barrack “…nuestro objetivo fue el diálogo y la reducción de tensiones, y eso fue precisamente lo que logramos. Todas las partes reiteraron su compromiso de continuar con esos esfuerzos”.
Existen serias dudas de que la convivencia pacífica entre Siria e Israel pueda estar en el horizonte próximo. Sin embargo, habría que considerar que con la mencionada reunión se ha roto el paradigma de inexistencia absoluta de contactos diplomáticos públicos entre ambas naciones a lo largo de 77 años, y eso representa, a fin de cuentas, un modesto hilo de esperanza.
