
De acuerdo: La música –mainstream– actual es pura porquería, sí. Pero yo no tengo ningún problema con ello, porque: 1) No está creada pensando en mí (en mis gustos, mi historia, mis valores, mis antecedentes) y 2) Absolutamente pinches nadie me obliga a escucharla, así que… ¿cómo por qué tendría yo que padecerla? (Ya si los vecinos tienen programado su festival de perreo semanal, pues uno se encierra a piedra y lodo y le sube a sus clásicos de ayer y hoy).
Sólo hay algo todavía más patético que la escena musical contemporánea y son los defensores a ultranza de la nostalgia. Esos que consideran una afrenta y un atrevimiento (casi un sacrilegio) que un jovencito, niña o niñe centennial vista una camiseta negra con el arte de las bandas de rock de antaño, nomás porque “¡Cómo! ¡Te apuesto a que no me puedes decir el nombre de los cuatro integrantes de Nirvana, cómo se llamó su primer disco de estudio y cuánta droga se metió ‘Curco Bein’ antes de dispararse!”.
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-¡Señor, suélteme! Me está asustando… Mi camiseta es de Billie Eilish.
Comentaba con un amigo que ahora que al Príncipe de las Tinieblas, Ozzy Osbourne, le dio por reunirse con sus conocidos en el Averno, apenas unos días después de su masivo tributo en vida, iba a cosechar nuevos fans por razones quizás ajenas a su legado musical.
Pasa que a las masas de todo el mundo –rockeras o no– le fascinan estos pequeños guiños del destino y la fatalidad: ¡Mira que morirse apenas recién bajado del escenario en el que agradeció y se despidió de su público, del mundo y de la vida misma!
Me corto un d’este si no hay por lo menos diez productores de Hollywood planeando ya la biopic y buscando al actor idóneo para encarnar al frontman de Black Sabbath.
Y esto necesariamente atraerá a nuevos escuchas y fanáticos de ocasión, inspirados por lo anecdótico de la partida de Ozzy y por el furor alrededor de su homenaje y muerte. Gente sin el bagaje, ni el antecedente, las tablas o el conocimiento, ni desde luego los años ni las vivencias de los rockeros de la vieja guardia. “Chamaquitos advenedizos que, a diferencia de uno, no crecieron oyendo a los monstruos del metal”. (¡Daaaah! ¡Pos obvio que no, tarado! Ni habían nacido cuando esas bandas estaban vigentes).
¿Y sabe qué? ¡Es genial! Está fenomenal que, así sea por moda, por tendencia (trend) o ya nomás por subirse al tren (al “Crazy Train”), niños, niñas y otros quizás no tan peques se acerquen y familiaricen con una propuesta artística por muchos tan preciada.
A las chamaquitas y jovencitos que lleguen a Ozzy gracias a este “revival” de su legado, por favor, no escuchen a los rucos de playera negra que creen que para rockear hay que hacer méritos o aprobar un examen de admisión del que nadie los nombró sinodales. Mándenlos mucho a saludar a la tía que más se parezca a Dee Snider (todos tenemos una tía que se parece a Dee Snider) y valídenlos como autoridad de la música, que es todo lo que buscan: algo de reconocimiento: “¡Sí, señor, usted se las sabe de todas, todas, desde AC-DC hasta ZZ Top. ¡Pero ya termínese su atole de Maizena (M.R.) o le voy a decir a Alice Cooper que no quiere comer!”.
A todos los que en algún momento dado decidan sumarse a la legión del Señor de la Oscuridad, pues bienvenidos, pero que nadie les venga con cuentos: la entrada es gratis y no se cobra derecho de piso.
Excepto…
La clase política (nuestra clase política desde luego, pero no sólo la nuestra en exclusiva) que todo lo mancha, todo lo corrompe, todo lo abarata y todo lo trivializa, esa haría bien y nos haría un favor a todos manteniéndose al margen de cuanto celebramos, veneramos y nos apropiamos porque lo consideramos intrínsecamente bueno.
Y aunque siempre se quieren colgar de la gloria de los íconos del arte, la religión y otras expresiones populares, ayer sí que desbloquearon un nuevo nivel en la escala de la ramplonería y de la búsqueda desesperada de aquiescencia, al expresar desde los canales oficiales del Congreso de México, sus condolencias por la partida de Ozzy “Iron Man” Osbourne.
Qué horrendo hedor a ridiculez, oportunismo y desesperación emana de la esquela publicada por el no menos mamarracho Sergio Gutiérrez Luna de Protegido, a nombre de la Legislatura que preside, en supuesta condolencia por el fallecimiento del pionero del heavy metal.
Y qué perfecto maridaje hace con el imbañable Fernández Noroña y su moción de minuto de silencio por la partida del astro del rock en el Senado, como si no entendiera que en origen y en esencia el rock nació como música contestataria precisamente para cagarse encima del poder y el orden establecido.
Como pocas veces, admito que quizás era intención de nuestros legisladores tenernos hablando hoy de esto, de su ridiculez, y no del verdadero emisario del mal, príncipe de la oscuridad gubernamental y conde de la Transilvania tropical: Adán Augusto López.
No suelo creer en la teoría de las “cajas chinas” porque la discusión y opinión públicas, el foco social y mediático, dan para abarcar más de un tema de manera simultánea. Pero hoy sí pienso que buscan disipar la atención dada la gravedad del asunto (el hermano político del líder moral de un movimiento que se sostiene sobre su frágil ladrillo de “honestidad”, innegablemente embarrado de crimen organizado).
Tendremos que dedicarle su propio análisis al caso de Adán Augusto López, y es que, en efecto, podría ser por fin la mella que cuartee definitivamente a la Cuarta Transformación que al día de hoy parece que, más que reventar, está a punto de implotar.
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Pero el idilio de Adán Augusto con “don Barredora” es demasiado aparatoso, estridente y oloroso como para ponerlo debajo de la alfombra sin que se note. Así que hoy podemos desviarnos nosotros a mentarle su madre a los legisladores oportunistas, capaces de sacar raja hasta al cadáver del buen Ozzy, con tal de disipar un poco la atención del estercolero en que han convertido la función pública.
Estercolero, nunca mejor dicho, pues nuestros políticos se refrendan día con día como aquellos cerdos a los que Black Sabbath dedicó algunas de sus líneas más célebres, en voz del inmortal Ozzy.