
Por Cuauhtémoc Ochoa Fernández
El mundo vive un momento de redefiniciones. La incertidumbre global, los conflictos geopolíticos y los vientos de proteccionismo que soplan desde el norte hacen que México tenga que pensar y actuar con visión y estrategia. En ese contexto, el Plan México, impulsado con fuerza por la presidenta Claudia Sheinbaum, representa una apuesta de Estado por el bienestar, la soberanía productiva y el crecimiento con justicia social. Por ello, la semana pasada la mandataria se reunió con empresarios y representantes del sector privado en un llamado a acelerar las inversiones dentro de este plan.
Mientras algunos proponen levantar muros o imponer aranceles, México responde con dignidad y estrategia. La reciente “tormenta arancelaria” es una alerta clara: necesitamos fortalecer el mercado interno, diversificar la base productiva y dar un salto cualitativo hacia un modelo de desarrollo propio. El Plan México es exactamente eso.
Este plan no surge de la improvisación, sino de una visión clara: hacer de México una potencia económica con rostro humano. No se trata sólo de atraer inversiones, sino de hacerlo con orden, con planeación territorial, con respeto al medio ambiente y con beneficios reales para las y los mexicanos. Por eso, se plantean objetivos ambiciosos para 2030: elevar la inversión fija bruta por encima de 28% del PIB, generar más de 1.5 millones de empleos formales en sectores clave y aumentar el contenido nacional en las cadenas de valor. Es tiempo de empoderar al empresariado nacional, y no servir a intereses externos.
Uno de los pilares del Plan México son los Polos de Bienestar: regiones estratégicas con vocaciones productivas como tecnología, salud, agroindustria o energías limpias, que contarán desde su origen con infraestructura habilitadora: carreteras, trenes, energía, agua potable, salud, vivienda y educación. Esta vez no se trata de atraer fábricas al azar, sino de crear comunidades sostenibles e integrales, donde la gente viva mejor.
Quienes dudan de la viabilidad de este modelo repiten los viejos dogmas neoliberales: que el Estado no debe intervenir, que no hay que planear, que el mercado se regula solo. Pero los resultados de ese pensamiento están a la vista: desigualdad, informalidad y dependencia. Con el Plan México, se recupera el papel del Estado como estratega, facilitador y garante del desarrollo con equidad.
El Plan México también es una respuesta a la coyuntura internacional. Mientras algunos países cierran sus economías, México se posiciona como un socio confiable, con reglas claras y visión de largo plazo. Nuestra ventaja geográfica, nuestra red de tratados y nuestra fuerza laboral capacitada deben traducirse en más empleos, más bienestar y más soberanía.
La ruta que nos ha definido la Presidenta Sheinbaum es que la riqueza se construya en el país, con nuestra gente, en beneficio de todas y todos. Es sentido común económico: cuando la economía se arraiga en el territorio y se distribuye con justicia, gana el pueblo y gana la nación.
Hoy más que nunca, México necesita unidad, visión de futuro y determinación. Con el liderazgo de la Presidenta y el respaldo de un movimiento social y político comprometido con el bienestar del pueblo, el Plan México es la hoja de ruta que nos permitirá crecer sin repetir errores, desarrollarnos sin excluir y prosperar sin depender.
Porque gobernar también es innovar, planear y construir un país más justo. Y en esa tarea, como siempre lo hemos dicho: por el bien de todos, primero el bienestar de México.