
Antonio Machado (cuyo nombre completo era Antonio Cipriano José María Machado Ruiz), nació un 26 de julio de 1875 en Sevilla, España.
Poeta, dramaturgo y narrador, es una de las figuras más emblemáticas de la Generación del 98 española (que incluye figuras como Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ramón María del Valle-Inclán, etc.) y de la literatura en castellano del siglo XX.
Su obra refleja una honda preocupación por España, el paso del tiempo y la condición del ser humano.
Se formó en la Institución Libre de Enseñanza (que fue una experiencia pedagógica que se desarrolló en España durante más de medio siglo, de 1876 a 1939), lo que marcó su pensamiento liberal y su sensibilidad intelectual.
Vivió entre Madrid y París, donde conoció a figuras como Rubén Darío, Oscar Wilde y Pío Baroja; en 1903 publicó Soledades, su primer libro, y más adelante Campos de Castilla (1912), una de sus obras más relevantes, influida por su experiencia en la provincia castello-leonesa de Soria, así como por la trágica muerte de su esposa, Leonor Izquierdo, a causa de la tuberculosis.
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Fue catedrático de francés en varias ciudades, colaborador en prensa y en las décadas de 1920 y 1930 escribió teatro en colaboración con su hermano Manuel Machado, destacando obras como La Lola se va a los puertos y La duquesa de Benamejí.
En esa misma época inició una relación secreta con Pilar de Valderrama, su musa conocida con el apodo de «Guiomar».
Comprometido con el movimiento que instauró la Segunda República en España, tras el estallido de la Guerra Civil en 1936, apoyó activamente al bando republicano, participando en publicaciones y actos culturales.
En 1939, ante el avance franquista, se exilió con su madre a Colliure, en el sur de Francia.
Antonio Machado murió el 22 de febrero de 1939, apenas tres semanas después de su llegada a Colliure y su madre falleció tres días después
Estaba gravemente enfermo y exhausto por las penurias del exilio.
Sus últimas palabras escritas fueron: «Estos días azules y este sol de la infancia».
A 150 años del nacimiento de uno de los poetas más leídos y prolíficos en español, rendimos un homenaje con 5 poemas de su autoría.
1. Caminante no hay camino
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
2. Anoche cuando dormía
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Dí: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
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3. Huye del triste amor
Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pendía, sin flor, fruto en la rama.
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!
4. Si yo fuera un poeta
Si yo fuera un poeta
galante, cantaría
a vuestros ojos un cantar tan puro
como en el mármol blanco el agua limpia.
Y en una estrofa de agua
todo el cantar sería:
“Ya sé que no responden a mis ojos,
que ven y no preguntan cuando miran,
los vuestros claros, vuestros ojos tienen
la buena luz tranquila,
la buena luz del mundo en flor, que he visto
desde los brazos de mi madre un día”.
5. Sonaba el reloj a la una
Sonaba el reloj la una
dentro de mi cuarto. Era
triste la noche. La luna,
reluciente calavera,
ya del cenit declinando,
iba del ciprés del huerto
fríamente iluminando
el alto ramaje yerto.
Por la entreabierta ventana
llegaban a mis oídos
metálicos alaridos
de una música lejana.
Una música tristona,
una mazurca olvidada,
entre inocente y burlona,
mal tañida y mal soplada.
Y yo sentí el estupor
del alma cuando bosteza
el corazón, la cabeza,
y… morirse es lo mejor.