
En tan sólo seis meses del segundo mandato de Donald Trump queda claro que el individuo se autopercibe como un emperador y que no busca reconciliar ni unificar a su país. En este corto lapso, es obvio que no le interesa el disfraz institucional ni el lenguaje diplomático. Sólo le interesa gobernar, ejecutar y demostrar quién manda.
Con más de 170 órdenes ejecutivas, una reforma fiscal mayúscula y el cierre de fronteras físicas, políticas y simbólicas, se resume la vorágine de este arranque de administración. ¿El resultado? Símbolos contradictorios clásicos de los vendedores de humo. Por una parte, se presume la estabilidad económica (empleo al alza, inflación bajo control, superávit), mientras se disimula la precariedad alarmante. La mayoría de esos “nuevos empleos” creados están mal remunerados, temporales y sin garantías de seguridad a futuro. El boom económico parece más bien un espejismo que se desvanecerá al concluir la administración trumpiana.
La política del garrote
En lo que respecta a política exterior, Trump actúa con la contundencia de quien tiene el poder, vaya, el sartén por el mango. Con base en amenazas consiguió que los países de la OTAN se comprometieran a elevar su gasto en Defensa, metió a su país en una guerra que no le correspondía con Irán y no ha logrado acuerdos con Rusia para poner fin al conflicto con Ucrania. ¿El resultado? La imagen, reputación e influencia de Estados Unidos están más desgastadas que nunca. De acuerdo con Pew Research, Estados Unidos pasó de ser un referente a un riesgo. En México, Canadá, Argentina y los países europeos crece la idea de que Washington no lidera, sólo impone.
Mención aparte merece el inmoral apoyo a Israel en su genocidio contra Gaza. La nación de las barras y las estrellas cambió su hegemonía por ser un sicario más de Benjamin Netanyahu.
Con Rusia es ambiguo, pasa de la amenaza a la admiración. Con China mantiene constante confrontación: aranceles, restricciones económicas, expulsiones de estudiantes y contención en América Latina. El tablero geopolítico se rige por la tensión y el caos tan propios de Donald Trump.
¿MAGA?
El desgaste provocado por Donald Trump ya se refleja en sus índices de aprobación. Comenzó su segundo mandato con buenas cifras, pero hoy el respaldo ronda 45%, mientras que la desaprobación ya supera 51 por ciento. A estas cifras aún no se les suma el impacto del escándalo Epstein y su promesa sin cumplir de abrir los archivos del caso. Su base más fiel se siente traicionada en esta materia por su líder espiritual, aunque es obvio que lo olvidarán en el corto plazo.
En lo que sí ha cumplido Trump con sus fanáticos de MAGA es en materia de migración. Les ha dado el pan y circo que tanto deseaban. Las redadas masivas acaparan titulares y la comunidad indocumentada vive aterrorizada hasta en las ciudades santuario; hay comunidades latinas donde no se lleva a los niños a la escuela por miedo a que no regresen. Las deportaciones alcanzan cifras históricas, la separación de familias se recrudece y se eliminaron derechos como el asilo o el TPS.
Al interior del país también impera la tensión: presiones a la Reserva Federal, castigos a medios masivos de comunicación, censura, limitación de la transparencia, control de la narrativa, concentración del poder y polarización. Ni qué decir del retroceso en materia ambiental: congelación de inversiones verdes y concesiones a combustibles fósiles.
Donald Trump gobierna anclado en el pasado, con base en sus pasiones y paranoias. Cierto es que ha dado golpes certeros y redefine la agenda, pero también debilita instituciones y socava el prestigio global de su país. ¿Logrará sostener este ritmo para gobernar? ¿La democracia estadunidense resistirá su mandato? Cada semana se profundiza su visión autoritaria del poder. La pregunta es: ¿hasta dónde lo van a dejar llegar?
POST SCRiPTUM
Así como en los últimos siete años —y con justa razón— se ha repetido hasta la náusea que no es creíble que el expresidente Felipe Calderón no conociera los enjuagues y crímenes de Genaro García Luna, tampoco es creíble que Adán Augusto López no supiera sobre los de Hernán Bermúdez. Las vueltas que da la vida y la esclavitud de las palabras.
