
La historia de Nora Dalmasso, asesinada en noviembre de 2006 en el barrio cerrado Villa Golf de Río Cuarto, fue absorbida con rapidez por los medios como materia de escándalo. Lo que comenzó como una investigación judicial plagada de irregularidades —una escena del crimen contaminada, pruebas inconsistentes y una cadena de errores procesales— derivó en uno de los fenómenos mediáticos más persistentes de la crónica policial argentina reciente. Casi dos décadas después, la docuserie Las mil muertes de Nora Dalmasso (2025) retoma esa historia desde los márgenes del amarillismo que definió su cobertura inicial, aunque sin abandonar los recursos narrativos del true crime, ya incorporados al lenguaje audiovisual de la plataforma de la N roja.
Dividida en tres episodios y dirigida por Jamie Crawford, la serie se apoya en los testimonios de Facundo y Valentina Macarrón, hijos de Nora, y de su viudo, Marcelo Macarrón, quienes por primera vez hablan extensamente ante cámara. A estas voces se suman periodistas —entre ellos el controvertido Hernán Vaca Narvaja—, fiscales, peritos, abogados y allegados a la familia, que aportan distintas perspectivas sobre el caso. La estructura narrativa prioriza lo testimonial como vía de acceso emocional, pero se ajusta a las reglas del formato: construcción episódica orientada al suspenso, y una edición que dosifica la información para mantener la tensión. El resultado es un relato que transita entre el análisis judicial y la lógica del entretenimiento serial.
Más allá del hecho criminal, la serie se detiene en lo que puede leerse como un segundo crimen: el simbólico, el mediático. Desde sus inicios, la figura de Nora Dalmasso fue moldeada por una narrativa atravesada por prejuicios de clase y género, que desplazó el eje del caso hacia su intimidad. La construcción del “crimen sexual”, las filtraciones judiciales, las especulaciones sobre su vida privada y las operaciones de prensa convirtieron a la víctima en personaje, y al expediente judicial en producto de consumo masivo. Nora dejó de ser una mujer asesinada para transformarse en materia de relato.
En este punto, la serie dialoga con la reconstrucción del caso de María Marta García Belsunce, también abordado recientemente por Netflix en Carmel: ¿Quién mató a María Marta? (2020). Ambas mujeres, pertenecientes a un mismo universo social, fueron asesinadas en barrios privados y juzgadas antes en los medios que en tribunales. En ambas historias, las víctimas quedaron atrapadas entre el discurso judicial, la prensa sensacionalista y una opinión pública inclinada a condenar a los familiares directos.
Narrar desde lo íntimo, una constante del true crime contemporáneo, permite reconfigurar la figura de Nora Dalmasso. No solo como víctima de femicidio, sino como mujer con vínculos, conflictos y decisiones que exceden el expediente. Fotografías familiares, archivos televisivos, testimonios cercanos y omisiones judiciales delinean un retrato fragmentario, que evita tanto la idealización como el morbo. Es en esa tensión donde la serie encuentra su fuerza narrativa.
Las mil muertes de Nora Dalmasso no aporta nuevas pruebas ni se propone como instancia de justicia restaurativa. Su aporte radica en desplazar el foco: más que interrogar las hipótesis de culpabilidad o inocencia, examina cómo fue construida socialmente la figura de Nora, cómo fue juzgada sin defensa posible y cómo fue transformada, una vez más, en contenido.
El caso permanece sin resolución judicial. Pero eso no impide volver sobre él desde otras miradas. La serie no esclarece, pero reorganiza; no acusa, pero expone; no repara, pero escucha. Y en ese gesto, propone pensar los relatos sobre crímenes reales más allá del veredicto, y sobre todo, más allá del espectáculo.