
La venganza (Vogter, 2024), segundo largometraje de Gustav Möller, el realizador danés conocido por Culpable (Den skyldige, 2018), es un intenso drama carcelario que explora con crudeza la conducta humana bajo el prisma del poder, la violencia y la manipulación de una madre. El título en inglés, “hijos”, genera mayor ambigüedad sobre el tema desarrollado.
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La trama se sitúa casi íntegramente en un espacio de encierro: una prisión donde la tensión y la claustrofobia se apoderan de cada escena. Los largos pasillos, las rejas y las cámaras de seguridad que vigilan constantemente crean un ambiente asfixiante, un panóptico moderno que no solo controla el cuerpo sino también la mente de sus protagonistas.
La figura central es Eva (Sidse Babett Knudsen), la guardia de seguridad, quien se presenta inicialmente como una especie de madre protectora para los reclusos, ganándose su respeto y afecto mediante la enseñanza y el apoyo, como si fuera un ancla emocional en un mundo hostil. Sin embargo, este cuidado se revela complejo y ambivalente: cuando reconoce a Mikkel (Sebastian Bull), un recluso en particular, se convierte en la que ejerce un poder absoluto y despiadado sobre él. El espectador cuenta con menos información que la protagonista, viendo el desarrollo desde la perspectiva fragmentada de la guardia, lo que amplifica el desconcierto y la tensión de los hechos que deberá ir revelando.
Este cambio en la actitud de la protagonista —de protectora a antagonista— pone en evidencia el abuso de poder, la venganza personal y la furia incontrolada. La relación que se establece entre la guardia y el preso evoca una dinámica casi esclavista, donde el que debería cuidar termina siendo el agresor, exponiendo la violencia intrínseca del sistema y la imposibilidad de redención dentro de él.
Mikkel, que por momentos recuerda poderosamente a Alex de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), representa la brutalidad y la juventud perdida, símbolo de una generación condenada y atrapada en un ciclo de violencia. La película no ofrece consuelo ni esperanza, sino una condena brutal al fracaso de la reinserción social y a la deshumanización institucional. Pero sobre todas las cosas, a la contención materna, siendo el film un gran interrogante sobre la culpa de una madre en las acciones de su hijo.
Entre las secuencias más poderosas, destaca un momento onírico —una pesadilla— que refleja el tormento interno de la protagonista. Su autoconfesión, “No pude salvarlo. Lo abandoné”, al referirse a uno de los reclusos del pabellón en el que trabajaba anteriormente, añaden una capa emocional, revelando que la venganza está teñida de culpa, dolor y una compleja mezcla de amor y odio.
La venganza desafía al espectador a confrontar las sombras del poder y la fragilidad humana en un contexto extremo. Su atmósfera opresiva, la exploración psicológica de sus personajes y la crítica social que subyace, hacen de esta película una reflexión ética sobre la justicia, el castigo y el rol de una madre para sanar heridas profundas.