
miércoles 25 de junio de 2025
En La función que sale mal, lo que se promete es precisamente lo que se entrega: todo sale mal, pero de forma cuidadosamente orquestada para que cada derrumbe, tropiezo y error provoque carcajadas. La puesta en escena parte de una obra dentro de otra . La Sociedad de Teatro de Cornley intenta representar una pieza policial titulada ¿Quién mató a Charles Haversham?, pero el desarrollo se transforma rápidamente en un desfile de despropósitos.
Desde que el público ingresa a la sala, ya se advierte que nada será convencional. Los técnicos —¿o actores?— circulan entre bambalinas, ajustan elementos de utilería y ya desde ahí empieza la ilusión del colapso. La escenografía no resiste, los diálogos se mezclan, los tiempos se rompen, los cadáveres respiran y los actores no saben si continuar, improvisar o simplemente huir. Todo mal, para que todo funcione.
Y en ese borde entre el desastre y la precisión coreográfica se apoya el éxito del espectáculo. El humor físico, los guiños a los Monty Python y a los Tres Chiflados, la exageración como regla y el ritmo sostenido de accidentes convierten lo que sería un thriller de medio pelo en una comedia autorreferencial sobre los límites del teatro amateur.
El elenco argentino encabezado por Diego Reinhold, Héctor Díaz, Fredy Villareal, Dan Breitman, Victoria Almeida, Gonzalo Suárez, Maida Andreanacci y Federico Ottone, asume con pericia el rol de los incapaces. Como si interpretar mal fuera el verdadero desafío actoral, sus personajes tropiezan con muebles, se pelean con puertas y olvidan líneas, construyendo una falsa incompetencia que exige precisión técnica. La dirección de Manuel González Gil encuentra el equilibrio justo entre el caos aparente y el orden necesario para sostener el ritmo.
La obra remite a clásicos del slapstick británico, pero también ironiza sobre las pretensiones del teatro de misterio y sobre el amateurismo como estética. Hay detectives, asesinatos y mayordomos sospechosos, pero la intriga es lo que menos importa: lo que el público espera —y obtiene— es ver cómo todo colapsa sin que se detenga la función.
La función que sale mal aterriza en la cartelera local luego de un extenso recorrido internacional que abarcó el West End londinense, Broadway y más de una veintena de países, donde fue reconocida con el Premio Olivier a la mejor comedia. Su versión argentina conserva intacta la arquitectura de farsa escénica que la convirtió en un fenómeno global. Lejos de disimular el desastre, lo amplifica, y en este juego metateatral, el error no interrumpe la ficción, la construye.
La propuesta, lejos de ser ingenua, plantea una mirada crítica sobre el artificio teatral. ¿Cuánto esfuerzo requiere simular un error? ¿Qué tan cerca están el profesionalismo y la torpeza cuando todo está ensayado para parecer improvisado? En ese terreno ambiguo, el teatro parodia sus propios rituales.