
jueves 19 de junio de 2025
En el marco del cine de ciencia ficción producido fuera de los grandes estudios, Eternal Code (2019), escrita y dirigida por Harley Wallen, propone una mirada sobre la transferencia de conciencia, la prolongación artificial de la vida y los conflictos éticos que estas prácticas generan cuando se combinan con intereses empresariales. El relato se construye desde un modelo clásico de thriller, pero incorpora tensiones contemporáneas que lo proyectan hacia un debate mayor.
La trama se centra en Bridget Pellegrini (Erika Hoveland), directora de una empresa biotecnológica que desarrolla una tecnología capaz de trasladar la conciencia humana. La negativa de la protagonista a firmar una fusión que implicaría la comercialización del proceso desata un entramado de chantajes, secuestros y maniobras corporativas. Frente al avance de quienes pretenden controlar el desarrollo científico en función del lucro, emergen figuras inesperadas que permiten recomponer la dimensión humana del conflicto.
En ese cruce entre la lógica del negocio y la dimensión ética del conocimiento, la película encuentra su punto de apoyo. La apuesta de Wallen, aún con recursos limitados, no reside en la espectacularidad de sus efectos, sino en el trazado de una idea: la ciencia puede alterar las condiciones de lo humano, pero es el uso político y económico de esos avances lo que define su impacto.
En un contexto donde gran parte de la ciencia ficción tiende a la espectacularidad vacía, Eternal Code elige otra vía: reducir la escala para concentrarse en el dilema. La película funciona como una alegoría sobre el riesgo de dejar el destino de la humanidad en manos de quienes administran el poder económico. Desde ese lugar, interroga sin sermonear, propone sin clausurar, y pone en circulación preguntas que desbordan el marco de la ficción.
Wallen, que ya acumula experiencia en el terreno del cine independiente, demuestra que es posible pensar lo tecnológico sin perder de vista lo humano. Eternal Code es, en ese sentido, un proyecto coherente: no se trata de competir con el mainstream, sino de intervenir en los mismos debates desde otro lenguaje. En una industria saturada de grandes presupuestos y discursos prefabricados, su gesto resulta valioso.