
domingo 29 de junio de 2025
Lo que el cine no dijo, lo completa la literatura. Eso parece proponer Demián Rugna con Aterrados, novela publicada por Editorial Minotauro que funciona como reverso, espejo y eco de su película de culto. Mientras que el film sorprendió al circuito de festivales y se volvió una referencia inmediata del terror argentino contemporáneo, el libro llega para ensanchar su mitología, renovar el vínculo con sus seguidores y abrir otra puerta al pánico: la de la lectura.
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Desde las primeras páginas, el lector queda inmerso en una Ciudad Jardín cercada por lo inexplicable. Casas poseídas, cuerpos que regresan del más allá, sonidos que atraviesan las paredes del entendimiento: todo lo que se insinuaba en la pantalla ahora encuentra desarrollo en la narrativa. La aparición de material inédito actúa como hilo conductor entre lo visual y lo literario.
La propuesta de Rugna no es una simple adaptación de su propio guión. Hay nuevas escenas y una dimensión más introspectiva del forense, el policía y la investigadora de lo paranormal. Se los sigue en sus obsesiones, en sus culpas, en sus intentos por entender lo que ya no admite explicación racional. Allí donde la cámara cortaba, la palabra insiste.
El terror en Aterrados no se limita a lo monstruoso. Se filtra por lo cotidiano: en los vínculos familiares, en la arquitectura de los barrios, en las rutinas que se quiebran con la irrupción de lo imposible. Rugna escribe como quien ya no filma, pero no suelta del todo la puesta en escena. Hay tensión, sí, pero también una poética del espanto.
Este libro también puede leerse como una operación de archivo. Recupera escenas eliminadas del montaje final del film y les da un nuevo contexto, en algunos casos resignificándolas. El lector cinéfilo encontrará guiños, referencias cruzadas y el ejercicio intermedial de alguien que conoce el terror desde la ficción y desde la técnica.
La estructura del libro responde al universo narrativo de su versión cinematográfica, pero se permite otros ritmos. La tensión no es solo visual: es progresiva, acumulativa. El horror se construye más desde la sugestión que desde el golpe de efecto. Lo que regresa de la muerte ya no busca el grito, sino la incomodidad.
En tiempos donde la literatura de terror juvenil parece capturada por fórmulas prefabricadas, Aterrados se planta como una anomalía. No por rupturista, sino por fiel a sus raíces. No hace concesiones. No simplifica. Continúa una historia ya conocida, pero lo hace desde el lenguaje que más perturba: el de la palabra.