
miércoles 02 de julio de 2025
La cámara, en este caso, no solo observa. Acompaña, comparte y resignifica. En Yo y la que fui (2025), Constanza Niscovolos construye un retrato documental que se aleja de los formatos tradicionales para ofrecer un acercamiento personal e íntimo a Adriana Lestido, una de las referentes más influyentes de la fotografía argentina contemporánea.
La propuesta de Niscovolos —también fotógrafa y amiga personal de Lestido— se ancla en la confianza mutua y en un vínculo consolidado por más de dos décadas de amistad, lo que permite una cercanía emocional que trasciende lo biográfico. El film entrelaza imágenes de archivo inéditas, registros actuales y la voz de Lestido como hilo conductor, dando forma a un documental observacional que acompaña los procesos vitales y artísticos de su protagonista.
El documental se apoya en una estructura abierta, guiada por la lógica del archivo y el diálogo implícito entre pasado y presente. La elección estética es coherente con el estilo de la retratada: imágenes en blanco y negro, planos detenidos, elipsis, silencios que no solo dicen, sino que interpelan. Lestido no es narrada, se narra. Su voz no ofrece respuestas definitivas, sino que comparte dudas, intuiciones y la certeza de que la búsqueda nunca se detiene.
El uso del material fotográfico como puente narrativo permite que la película funcione también como una expansión de su obra. Las temáticas recurrentes —la maternidad, la ausencia, el encierro, la resistencia— aparecen no como conceptos explicados, sino como presencias visuales y afectivas. La película no busca explicar, sino acompañar.
Filmado a lo largo de varios años, Yo y la que fui también actúa como una bitácora de los últimos movimientos de Lestido a partir de su inmersión en el cine con Errante (2022), de su proyecto editorial La conquista del hogar, y su participación activa en espacios culturales y formativos. Es un mapa afectivo donde se cruzan la práctica artística, la introspección y la necesidad de transformación.
El documental evita cualquier intento de canonización. Su tono es cercano, casi doméstico, sin perder profundidad. La cámara de Niscovolos no retrata a una artista consagrada, sino a una mujer en proceso. En ese gesto se pone en evidencia uno de los núcleos del film, donde la amistad opera como herramienta de conocimiento.