
Con el antecedente inmediato de División Palermo, que irrumpió con una estética de comedia incómoda atravesada por lo político, Viudas negras: P*tas y chorras (2025) retoma esa línea, pero desde otra coordenada: el thriller criminal feminista como vehículo para tensionar los mandatos de género, clase y poder. Esta vez, la alianza no es institucional, sino íntima. Dos mujeres —Pilar Gamboa y Malena Pichot— reactivan un pasado delictivo para ajustar cuentas con un presente domesticado.
La serie no reproduce el código clásico de la comedia policial sino que lo subvierte, lo deforma y lo convierte en espacio de disputa narrativa.
Maru (Gamboa) y Mica (Pichot) fueron viudas negras. Seducían, drogaban y robaban a hombres en tiempos donde la marginalidad era elección y refugio. Hoy, reencontradas por un hecho puntual más que por voluntad propia, descubren en ese pasado una herramienta de reapropiación identitaria. No hay nostalgia ni redención, sino confrontación, análisis y, sobre todo, cuestionamiento activo del presente.
Como División Palermo, que utilizó una fuerza de seguridad inclusiva para exponer el absurdo institucional, Viudas negras recurre al crimen como espejo distorsionado de clase, género y deseo. Y al igual que la serie de Santiago Korovsky, su humor no busca la corrección política ni la provocación fácil: desarticula, incomoda, hace ruido.
Malena Pichot no solo actúa, también guiona, produce y lidera. Su rol como showrunner imprime una marca nítida en el tono filoso, en la hibridez genérica y en la elección de una estética que oscila entre lo kitsch y lo brutal. A diferencia del humor frontal y explícito, aquí el sarcasmo se insinúa en los silencios, en las pausas, en la contradicción latente de personajes que el guion nunca exonera. No hay moraleja ni redención. Hay crudeza, ambigüedad y fractura interna.
Con la dirección de Nano Garay y Coca Novick, el elenco se completa con Fernanda Callejón, Monna Antonópulos, Marina Bellati, Minerva Casero, Paula Grinszpan, Alan Sabbagh, Julián Lucero, Georgina Barbarossa, Pachu Peña, Emilia Mazer, Benjamín Rojas, Julián Kartun y Esteban Prol, entre otros. Todos refuerzan una puesta donde la Argentina aparece fragmentada en castas, fachadas y protocolos, y donde la transgresión no amenaza al sistema sino que lo desnuda como síntoma.
La ficción argentina reciente encontró en el humor una vía para ensayar hipótesis incómodas sobre el presente. Si División Palermo abrió un canal donde la parodia convivía con la denuncia simbólica, Viudas negras recoge ese impulso y lo traslada al territorio del thriller feminista, con el crimen como detonante simbólico y la sororidad como estrategia subversiva.
Ambas series comparten una crítica al statu quo, una estructura episódica dinámica y un guion sostenido por la ironía. Pero mientras Korovsky trabaja desde la farsa inclusiva, Pichot construye desde la revancha simbólica de cuerpos feministas que eligen ejercer violencia como forma de quebrar el orden. Si una desarticula lo público, la otra dinamita lo íntimo. Ambas, desde el sarcasmo, operan como ejercicios de reescritura política del presente.