
lunes 21 de julio de 2025
Entre finales de los ‘90 y principios de los 2000, Tamara irrumpió en la televisión española como una figura inclasificable. Cantante de voz limitada, estética extravagante y discursos desarticulados, su presencia mediática desató fascinación, burla y consumo irónico. Rebautizada como Yurena, encarnó como pocas el concepto de «fama instantánea». En ese contexto, Superstar (2025) reconstruye su figura desde la periferia del espectáculo. Lejos de buscar una cronología o una explicación, la serie indaga en lo que significa ser un personaje público en una era donde lo ridículo y lo popular se mezclaban sin filtro.
Superstar no es una biografía convencional. A lo largo de seis capítulos, la serie creada por Nacho Vigalondo presenta una narrativa coral, donde cada episodio gira en torno a alguien del entorno de Yurena: su madre, sus colegas, sus devotos y detractores. Esta estructura fragmentada, lejos de dispersar, revela las múltiples capas que componen una figura convertida en fenómeno. Ingrid GarcíaâJonsson compone a una Yurena vulnerable, contradictoria, dividida entre la exposición y la búsqueda de identidad.
La puesta en escena abraza lo excesivo, lo teatral y lo simbólico como forma de narrar lo inasible. Hay momentos oníricos, lynchianos, secuencias que remiten al cómic, y una estética que oscila entre el videoclip pop y el cine de autor. Figuras como Leonardo Dantés, Tony Genil o Paco Porras, antes tratados como caricaturas en la tevé, aparecen aquí con humanidad. No hay redención forzada, ni sátira fácil. Hay miradas que incomodan y escenas que invitan a repensar lo que consumimos sin cuestionar durante años.
Superstar no es solo la historia de Yurena, sino también un ensayo visual sobre la televisión basura, el deseo de mostrarse y la fragilidad de quienes aceptan el juego mediático. Su mayor acierto es tomar un tema menor y volverlo relevante. No desde la épica ni desde la burla, sino desde una apuesta narrativa que desborda el formato y convierte el grotesco en sensibilidad. En un panorama de series cada vez más estandarizadas, Superstar se vuelve una rareza necesaria: incómoda, audaz y profundamente política.