
Después de años sumido en una estética sombría y discursos grandilocuentes, el universo cinematográfico de DC necesitaba una bocanada de aire fresco. Y Superman (2025), dirigida y escrita por James Gunn, llega como un nuevo primer número de cómic tras una etapa agotada: todo se siente más ligero, más vivo, como si el universo se reiniciara con ganas de volver a empezar. Lejos de los laberintos épicos del Snyderverso, esta entrega propone una historia contenida, personajes queribles y un tono accesible que, sin reinventar el género, devuelve algo esencial: ganas de seguir viendo.
Gunn ya demostró con la trilogía Guardianes de la Galaxia y su coqueteo con DC en El escuadrón suicida (The Suicide Squad, 2021) que sabe crear mundos con personalidad. En Superman lo vuelve a hacer, pero con una mirada más cálida. La mayoría de las escenas transcurren a plena luz del día, como un gesto deliberado que se despega del dramatismo para abrazar la ternura. Están sus recursos clásicos —el humor, la música, los gadgets en pantalla—, pero lo que prevalece acá es la sensación de estar abriendo un cómic brillante, sin cinismo ni subrayados oscuros, aunque con una conciencia social y política que late en el trasfondo.
David Corenswet (Tornados) encarna a un Clark Kent encantador, más cercano a la bondad que a la solemnidad. Rachel Brosnahan (La maravillosa señora Maisel), por su parte, le imprime energía y picardía a una Lois Lane con temperamento. La escena de la entrevista entre ambos es uno de los mejores momentos del film. Krypto, el perro, es el hallazgo más entrañable: cada aparición suya despierta risas. En cuanto al villano, Nicholas Hoult (Jurado Nro. 2) entrega un Lex Luthor que sorprende por su ambigüedad. Es menos siniestro de lo habitual, más torpe y ambicioso que aterrador, y aunque él está bien, el personaje parece rebajado para adecuarse al tono familiar de la propuesta.
Como ya es costumbre en Gunn, los secundarios no quedan al margen. La Justice Gang —con Guy Gardner (Nathan Fillion), Mister Terrific (Edi Gathegi) y Hawkgirl (Isabela Merced)— y Jimmy Olsen (Skyler Gisondo) aportan color, ritmo y sus propios momentos de comicidad. No hay profundidad en sus arcos, pero sí un intento de darles entidad propia dentro de la narración.
El problema aparece cuando el guion no confía lo suficiente en su audiencia. Desde las primeras escenas, todo está masticado: se explican emociones, contextos y motivaciones sin dejar espacio para que el espectador complete los huecos. La ambigüedad tonal también le juega en contra. Gunn no termina de decidir si quiere hacer reír, conmover o emocionar, y termina haciendo un mix sin definir del todo el rumbo. Es una conjunción de melancolía, inocencia, acción, drama light y destellos de gracia que no siempre conviven con armonía.
Compararlo con Batman (The Batman, 2022), de Matt Reeves, es injusto, pero inevitable. En esta obra reciente de DC —y que apuesta con fuerza a una segunda parte—, Reeves apostó por la oscuridad, lo psicológico, lo denso. Gunn elige el camino opuesto: la luz, la esperanza, el abrazo. El contraste es tan fuerte que cuesta imaginar una convivencia futura dentro de un universo compartido, pero quizá ahí esté parte del desafío: lograr que las piezas tan distintas puedan dialogar sin que una anule a la otra.
Superman no es una película deslumbrante ni transformadora, pero cumple su misión con honestidad: inaugura una etapa nueva en DC con frescura, dinamismo y cariño por el material original. Hay fallas, sí, pero también hay algo esencial que no se puede fingir: amor por el personaje. Y eso, en tiempos de fórmulas repetidas, ya es un super paso.