
martes 01 de julio de 2025
Margarita (2017) propone una narrativa donde lo íntimo y lo mítico se entrelazan para construir una fábula contemporánea situada en el Conurbano Bonaerense, y desde esta geografía cargada de connotaciones simbólicas emerge el relato de Alex, un joven periodista de música que, atrapado entre relaciones fallidas y decisiones inconclusas, comienza a percibir su entorno como un universo signado por una profecía ancestral.
La directora Florencia Calcagno aborda la juventud desde una clave de lectura simbólica, en la que las decisiones individuales no configuran únicamente el destino personal, sino que también inciden sobre un entorno social en transformación; por ello, la película trabaja el tránsito a la adultez como una experiencia atravesada por culpas, repliegues afectivos y proyecciones apocalípticas.
Ambientada en el Conurbano Bonaerense, el entorno no funciona como un mero decorado, sino como una prolongación de una psiquis en tensión, marcada por contradicciones y estímulos múltiples; en esta línea, la combinación de elementos trash y kitsch en la puesta en escena —junto con una paleta de colores cargada y un diseño sonoro que acentúa las tensiones— acompaña un clima donde la incertidumbre se vuelve constante.
En ese marco, el grupo de amigos de Alex actúa como un colectivo en transición que comparte una misma dificultad para interpretar su presente, mientras la fantasía irrumpe no sólo como forma de explicación, sino también como estrategia de evasión ante el vértigo de crecer en un mundo que no parece ofrecer un lugar claro para ellos.
Margarita desarrolla un concepto que atraviesa toda la película: la idea de que las emociones no resueltas producen efectos sobre lo que rodea a quienes las portan, por lo tanto, no se trata de una historia romántica convencional, sino de una reflexión sobre la imposibilidad de establecer vínculos desde una transparencia afectiva. Así, la percepción que tiene Alex sobre algo oscuro en su interior impide que tome decisiones definidas y lo lleva a repetir un ciclo de autoboicot que, en clave simbólica, se proyecta como una amenaza al orden general.
Este modo de construir el relato convierte a Margarita en una ficción introspectiva con implicancias políticas, ya que lo que aparece como un conflicto interior opera como representación de una generación que experimenta sus vínculos afectivos en un presente fragmentado, con escasa autoestima colectiva y sin una proyección concreta hacia el porvenir.