
En agosto de 2012, un hallazgo en un estacionamiento de Leicester alteró el mapa de la historia británica: los restos del rey Ricardo III emergían bajo una letra R marcada en el asfalto. A partir de esa imagen, el director catalán Calixto Bieito construye La verdadera historia de Ricardo III, una relectura escénica que no se propone actualizar el texto de Shakespeare, sino reescribir su sentido para interpelar al presente.
La obra, con traducción de Lautaro Vilo y adaptación de Bieito junto a Adrià Reixach, se presenta en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín como uno de los montajes más arriesgados del año. Con Joaquín Furriel al frente de un elenco múltiple, esta versión abre un espacio escénico que funciona como laboratorio del mal, un territorio donde los límites entre lo histórico y lo contemporáneo se disuelven.
La puesta escénica de Bieito es, más que una adaptación, una experiencia performativa. Desde el diseño de escenografía de Barbora Haráková Joly hasta el universo sonoro de Janiv Oron, todo en La verdadera historia de Ricardo III se orienta a romper la linealidad narrativa y escenificar la violencia como pulsión latente. La iluminación de Omar San Cristóbal, los efectos visuales creados por Reixach y el vestuario de Paula Klein refuerzan la sensación de una obra que sucede fuera del tiempo, como si cada escena fuera un espejo deformado de la contemporaneidad.
Lejos de una lectura tradicional o academicista, Bieito reactiva los materiales de Shakespeare para hablar del presente: el cuerpo herido del poder, las estructuras de dominación, la repetición del mal. Como lo hizo Baz Luhrmann en su Romeo + Julieta (1996) —fusionando armas automáticas y pentámetros yámbicos—, Bieito reconfigura la tragedia isabelina sin diluir su potencia.
La actuación de Joaquín Furriel concentra buena parte de la energía del montaje. Su cuerpo, llevado al límite, funciona como eje de una reflexión sobre el cuerpo del tirano, pero también sobre el cuerpo como territorio político. Lejos de componer un villano caricaturesco, su Ricardo es una figura desbordada por el deseo, la ambición y la conciencia de su deformidad, tanto física como simbólica.
El elenco que lo acompaña —Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis “Luisón” Herrera y Silvina Sabater— sostiene un juego coral donde las voces no solo interpretan personajes, sino que se convierten en ecos, en fragmentos que orbitan el centro oscuro de la historia.
Bieito convierte el hallazgo arqueológico de Leicester en una metáfora donde los huesos del pasado siguen contaminando el presente. Esta versión de Ricardo III no propone una moraleja, ni siquiera una tesis: más bien, lanza preguntas sin respuesta sobre la crueldad, la ambición, el poder y el ADN compartido entre el tirano y el espectador.
Desde esa inquietud, La verdadera historia de Ricardo III se inscribe en un linaje de reescrituras radicales que desafían el canon, que no lo ilustran sino que lo cuestionan. La obra no sólo interpela a quienes conocen el texto de Shakespeare, sino que se vuelve accesible desde la experiencia sensorial y política del aquí y ahora.