
miércoles 09 de julio de 2025
La Verbena (2024), dirigida por Rubén Sánchez, despliega un relato atravesado por la tensión entre deseo, amistad y paternidad. En una terraza de Barcelona, Alex (Gabriel D’Almeida) y Marc (Robin Reese) se reencuentran tras años de distancia. Lo que podría ser una celebración más, se convierte en un espacio de exposición emocional, donde lo no dicho, lo postergado y lo latente irrumpen en el presente.
La película se organiza a partir de dos ejes narrativos: la inminente paternidad de Alex, en pareja con Anna (Aida Quintana), y el regreso inesperado de Marc desde Londres, portador de una revelación que desestabiliza todo lo que parecía ordenado. Desde este núcleo, La Verbena construye una reflexión sobre la identidad sexual, los mandatos afectivos y las decisiones que modelan —y a veces condicionan— las vidas adultas.
El abordaje del universo LGTBIQ+ se aleja de representaciones didácticas o ejemplificadoras. Aquí no hay moralejas ni declaraciones explícitas, sino cuerpos en tensión, gestos esquivos y silencios densos que cargan con años de represión emocional. La incomodidad no surge de un conflicto visible, sino de una pulsión contenida que apenas se insinúa en las miradas, los desplazamientos, las palabras que no terminan de salir.
Rubén Sánchez apuesta por una narración de lo íntimo, donde el foco está en cómo los personajes procesan lo que ocurre, más que en lo que ocurre en sí. El reencuentro no es un hecho extraordinario, sino una grieta en la rutina que activa un proceso interno: un espejo que devuelve la imagen de lo que no se supo o no se pudo asumir en otro tiempo.
Lo verdaderamente político en La Verbena no es el tema, sino la forma. Su apuesta es confiar en que el espectador sabrá leer entre líneas. No busca epifanías ni finales redentores, sino que propone un tránsito hacia la aceptación, sin escándalos ni revelaciones forzadas, y en esa elección reside su potencia.