
jueves 10 de julio de 2025
En Estado de furia (2025), la comedia no endulza, corta. Y si algo deja claro Félix Sabroso desde el primer episodio es que esta no es una serie de mujeres “empoderadas” en clave inspiracional, sino de mujeres hartas, vulnerables y explosivas que deciden tomar por asalto las reglas del juego. Lo que empieza como un drama coral en un microcosmos urbano enrarecido, deriva pronto en una suerte de “venganza compartida”, teñida de humor negro, sarcasmo y furia contenida.
Desde lo narrativo, Estado de furia articula un mecanismo de historias entrelazadas donde cada decisión afecta a la otra, como en un dominó emocional que va tensando el tono hasta llegar a la ruptura. No hay redención ni moraleja, sino una especie de ajuste de cuentas contra el patriarcado, el cinismo institucional, el edadismo y el mercado del cuerpo. El mérito de Sabroso está en sostener ese tono tragicómico sin caer en el subrayado, y en lograr que la sátira no anule el dolor, sino que lo potencie por contraste.
Las cinco protagonistas son el corazón de esta maquinaria rabiosa. Carmen Machi, como Marga, una artista esnob devastada por el abandono y el ridículo, encarna a una mujer que ve desmoronarse su universo performático. Candela Peña, en la piel de Nat, se desarma y se rearma con un ritmo feroz en un mundo donde la juventud y los followers valen más que la experiencia. Nathalie Poza despliega una contención feroz como Adela, una madre desahuciada por un sistema que la margina sin culpa. Pilar Castro, como la celebrity gastronómica caída en desgracia, introduce un sarcasmo ácido al relato, mientras que Cecilia Roth –de vuelta en el rol de una ex diva del cine erótico– resignifica con ironía el destape español, haciendo de su personaje un espejo roto y lúcido.
La serie funciona como un espejo deforme de la sociedad contemporánea: los personajes están hechos de excesos, pero no son caricaturas. La estilización, los colores intensos y el barroquismo escenográfico refuerzan esa lectura, que remite a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), pero también a la violencia estilizada de Tarantino o al descenso a los infiernos de Un día de furia (1993). Sabroso no oculta estas referencias: las absorbe, las parodia y las refunde en un universo propio donde las reglas estallan por acumulación.
Pero más allá del pastiche, Estado de furia no pierde de vista lo esencial: el modo en que estas mujeres, golpeadas por la exclusión, el abuso o la traición, encuentran en el desborde una forma de reapropiarse del relato. La serie no propone una salida individual ni moralizante, sino un estallido colectivo que es tan físico como simbólico. Como si las protagonistas pudieran destruir con el grito lo que no pueden cambiar con la palabra.
En tiempos donde muchas ficciones se construyen desde el mandato de la corrección o el algoritmo, Estado de furia se atreve a ser incómoda, sucia y feroz. Una comedia negra que no pide disculpas, que no busca agradar, y que convierte el hartazgo en espectáculo.