
El clan Olimpia (2025) se incorpora al ya amplio espectro de ficciones sobre narcotráfico y crimen organizado, con una propuesta centrada en una figura atípica: una mujer gitana que, enfrentada a la precariedad económica y al diagnóstico de una enfermedad terminal de su marido, se introduce en el negocio de las drogas para sostener a su familia. Inspirada en hechos reales y en la historia de vida de la madre de su protagonista, Zaira Romero, la ficción se mueve entre el drama costumbrista y el thriller criminal, sin alejarse demasiado de fórmulas ya exploradas por otras producciones.
Romero —reconocida por su trabajo en Carmen y Lola— ofrece una interpretación contenida, atravesada por emociones contradictorias. Su personaje, Olimpia, no se construye como una antiheroína clásica. La motivación de su accionar no es el poder, sino la supervivencia, y en ese punto la serie se alinea con una narrativa más humana que espectacular. Sin embargo, el guion no siempre consigue equilibrar la empatía inicial que despierta el personaje con su posterior involucramiento en actividades ilícitas.
Uno de los aspectos más sólidos de la serie es el retrato del machismo estructural dentro del universo familiar gitano. La figura del padre, que le niega autonomía por su género, y la actitud del hermano, que cuestiona su participación fuera del espacio doméstico, delinean un entorno donde las barreras sociales pesan tanto como los conflictos criminales. En este marco, El clan Olimpia funciona con mayor solvencia como drama de tensiones familiares que como relato de ascenso y caída en el narcotráfico.
El trabajo de dirección, a cargo de Gracia Querejeta, Violeta Salama y Claudia Pedraza, apuesta en varios momentos por el realismo cotidiano, evitando el exceso visual o la glorificación de la violencia. La ambientación en los años 2000 —con celulares de teclas, mercadillos y música de Las Grecas— aporta una estética nostálgica que busca diferenciarse del tono glamouroso de otras ficciones del mismo género, como Griselda o La Reina del Sur.
No obstante, la serie no logra escapar del todo a los giros narrativos previsibles: alianzas rotas, escaladas vertiginosas y un desenlace marcado por la pérdida. El arco argumental de Olimpia se ve apresurado en ciertos episodios, especialmente en su relación con “El Moreno” (interpretado por Juan Pablo Raba), figura clave en su transformación pero escasamente desarrollada.
El abordaje de la cultura gitana oscila entre la reivindicación identitaria y la reproducción de arquetipos, sobre todo en personajes secundarios como el padre de Olimpia, que carecen de una construcción compleja. Esta ambigüedad narrativa debilita el intento de construir una mirada genuina sobre una comunidad históricamente estigmatizada.
Además de Romero, sobresale Joel Bosqued, como el marido enfermo cuya fragilidad física y emocional contrasta con la determinación de Olimpia. También Mina El Hammani aporta fuerza en un rol secundario que funciona como contrapunto femenino dentro del clan. La fotografía —de tonos terrosos y tenues— y la banda sonora, donde resuena el tema “Te estoy amando locamente”, contribuyen a consolidar un tono melancólico y arraigado a una realidad social específica.
El clan Olimpia encuentra su valor en la representación de una protagonista femenina en un contexto dominado por estructuras de poder patriarcales, pero su dependencia de fórmulas narrativas ya conocidas y la falta de profundidad en ciertos conflictos impiden que la serie alcance un desarrollo singular dentro del género.